Más allá de la disputa electoral en la que nos encontramos en estos meses en el Ecuador tenemos que procurar de siempre ser capaces de no perder la perspectiva histórica en la que se enmarca cada cita electoral. La política electoral tiene una vocación mayoritariamente de corto plazo. Con esto me refiero a que, entre las propuestas, los recorridos, las banderas, los debates y las promesas para ganar y asegurar el voto de las personas dentro de unas pocas semanas, es fácil dejar de mirar el horizonte del mediano y el largo plazo. Esto implica no solo con el futuro, sino también con el pasado.
Regresemos a ver el retorno a la democracia en 1979. En el Ecuador se presentaban dos campos políticos en disputa, campos que abarcan mucho más que sus partidos políticos, sino también otros actores; pero principalmente discursos, ideas, sentimientos e identidades. Estos campos son el campo neoliberal-conservador y el popular-progresista. Este primer campo en auge en un momento global en la globalización financiera y la hegemonía de los EE. UU. estaba en su cúspide. La URRS, el socialismo real, y varios referentes de la izquierda tradicional caían; y se convertían en más símbolos de nostalgia que elementos movilizadores de la izquierda.
No es coincidencia que el campo neoliberal-conservador haya logrado imponerse en el terreno político en esos primeros 22 años de retorno a la democracia.
A excepción de Jaime Roldós y Rodrigo Borja, el campo popular-progresista no logró más victorias electorales. El resto de las lides presidenciales, incluso, se disputaban solo entre candidatos neoliberales-conservadores en segunda vuelta. Pero más allá del dominio electoral del campo neoliberal-conservador debemos considerar que su hegemonía se encontraba principalmente en el espacio de las ideas, o de los “sentidos comunes” establecidos. Esto hace referencia a las ideas fuerza que terminan siendo una suerte de brújula social por la cual se articulan y ordenan las diferentes sociedades.
Un horizonte limitado
El horizonte político y social del país durante esas décadas se limitaba lo que la lógica neoliberal conservadora disponía. Es decir, a ideas socialmente compartidas y difundidas en varios niveles, como la primacía y la benevolencia del sector privado, la ineficiencia y corrupción intrínseca del Estado, el subdesarrollo como destino invariable, el individuo como sujeto principal de construcción por sobre la comunidad, el sueño americano y el alineamiento geopolítico del país con los Estados Unidos. Estos son solo algunos de muchos ejemplos.
Considerando que estos sentidos e ideas son construidos socialmente, es decir, no son naturales ni inmutables, provienen de una relación de poder. Lo que quiere decir que no son neutrales, entonces hay ganadores y perdedores con su uso y aplicación. La hegemonía se establece cuando un sector particular de una sociedad logra establecer sus ideas particulares como ideas compartidas de toda la comunidad. Ahora también es necesario decir que ninguna hegemonía es absoluta; ya que siempre habrá otros sectores que intenten responder y cambiar esas ideas con mayor o menor efectividad.
Así esto, en este primer periodo la hegemonía neoliberal conservadora tuvo de frente a un campo popular-progresista en descomposición y transformación forzada.
En consonancia con lo que pasaba en el resto del mundo, la izquierda tradicional no supo renovarse frente a un tiempo en el que el capitalismo, la democracia liberal y los EE. UU. se convertían en los ejes vertebradores del mundo, debido a que la guerra fría y el socialismo soviético llegaron a su fin. En Ecuador, los partidos de izquierda, sindicatos y otros actores clásicos se replegaron a mínimos al no poder hacer frente a la batalla de las ideas. En este momento aparece el movimiento indígena como nuevo baluarte del campo popular y encabeza la oposición política y social al neoliberalismo con mayor o menor suerte.
Deslegitimación neoliberal y disputa contrahegemónica
Entrado ya el nuevo siglo, el campo neoliberal conservador se encuentra de lleno en una crisis de legitimidad. Los sentidos comunes que se plantearon y de alguna forma se consolidaron empezaban a erosionar, principalmente porque su traducción política fue mayor pobreza, desigualdad, inestabilidad institucionalidad, corrupción estructural, migración forzada, caos social, y un largo etcétera. Esto se visibilizó con la victoria presidencial de Lucio Gutiérrez de la mano de un movimiento indígena que logró embanderar y articular el campo popular progresista. Más allá del viraje político posterior de Gutiérrez en su presidencia, su victoria y caída por una nueva revuelta popular, indicaba que la hegemonía neoliberal-conservadora se encontraba con más de una fisura, pero no totalmente derrotada.
La aparición de Rafael Correa como líder del proceso político llamado Revolución Ciudadana, tiene que ser entendido también en esta clave. La debacle política, económica, social y moral por la que había atravesado el país creo las condiciones para que un proyecto político no solo pudiera disputar el poder político nacional; sino ir más allá y ser capaz de disputar el ámbito de los sentidos comunes consolidados por décadas de neoliberalismo.
En otras palabras, se abrió el camino para una disputa contrahegemónica.
Los diez años de gobierno de la Revolución Ciudadana significaron mucho más que un gobierno con políticas públicas progresistas. Implicaba entrar de lleno en la pugna en la batalla cultural, y el Estado como principal plataforma de difusión de esas ideas, a través varios frentes. Desde una nueva legalidad (Constitución de Montecristi), un nuevo enfoque de política pública (Estado planificador y regulador), y también un amplio despliegue comunicacional (Medios públicos).
De este modo, y por primera vez en décadas, existió una batalla cultural que buscaba ampliar el horizonte político y social del neoliberalismo. Transformar y posicionar la idea del Estado vertebrador nacional, de lo público como patrimonio social, la unidad nacional en la diversidad plurinacional o la integración latinoamericana como posible. La repetidas victorias electorales de la Revolución Ciudadana entre 2007 y 2017 pueden leerse como esos nuevos sentidos comunes disputaron el espacio político y social del Ecuador. Pero esto no significa que el campo popular-progresista logró establecer una nueva hegemonía, meramente disputarla. La construcción y consolidación de hegemonías sociales son procesos muy largo que pueden tomar décadas.
En ese sentido, el gobierno de Lenín Moreno no solo implicaba la continuación de un proyecto político; sino, además la posibilidad de mantener abierta la disputa hegemónica con el campo neoliberal-conservador a través del Estado.
Pero las élites contratacaron y cooptaron al gobierno de Moreno, no solo para volver a aplicar un manejo neoliberal del Estado y la economía; sino además fustigar y eliminar del debate público cualquier propuesta con un mínimo aire progresista. Es por esto por lo que el cerco mediático creado por y para Moreno exacerbó el debate correísmo-anticorreísmo, de modo que se pierda de vista el eje progresistaneoliberal del debate. Por un tiempo lo lograron.
Elecciones 2021 y mantener la disputa abierta
Ya aterrizados en el 2021 y a vísperas de una nueva cita electoral, nos encontramos con la Revolución Ciudadana liderando todavía el campo popular-progresista; la encuesta electoral para el 7 de febrero, a pesar de todos los intentos por eliminarlos, perseguirlos y bloquearlos políticamente. Esto nos puede dar a entender que la disputa hegemónica entre le campo neoliberal-conservador y el popular progresista sigue abierta, y quizás más que nunca. Una posible victoria electoral del binomio Araúz-Rabascall significaría mantener viva la batalla de las ideas en el Ecuador y América Latina. Eso es lo que está también en juego estas próximas
elecciones.
Lo que demostró claramente el campo neoliberal-conservador estos últimos 4 años es que sus ideas han perdido poder de convencimiento social, y que necesitan saltarse la ley y la Constitución.
Incluso aplicar la violencia explícita, para ponerlas en práctica. Entonces, el reto del campo popular-progresista para esta nueva etapa es mayúsculo pues su posible victoria, no solo significa una reivindicación particular como Revolución Ciudadana; sino implicaría además una victoria por defensa por la pluralidad democrática ecuatoriana que ha estado en peligro desde que asumió el poder Moreno, y seguir construyendo y consolidando una articulación del campo popular-progresista que permita un horizonte político mucho más amplio y justo para el país.
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Renato Villavicencio Garzón es Máster en Estudios sobre Globalización y Desarrollo por la Universidad del País Vasco (UPV/EHU). Máster en Análisis Político por la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Actualmente es doctorando en Ciencias Políticas y de la Administración por la Universidad Complutense de Madrid.