Estado de la Nación: Ecuador – Opinión

Mauricio Galindo
Mauricio Galindo

Ecuador y los ecuatorianos estamos sumidos en un sopor, que ya lleva demasiado tiempo. Nos hemos construido sobre una base histórica y cultural que favorece los privilegios, admira a los avivatos, cree que no hay que formarse para gobernar, ejercer un cargo o trabajar administrando una empresa o el Estado y que finalmente termina favoreciendo a los grandes Monopolios intelectuales, académicos, culturales, económicos y políticos; generando enormes Corporaciones abroqueladas alrededor de sus beneficios, y que nada hacen por mejorar las condiciones de vida de millones de desplazados.

Lo que hoy vivimos es la consecuencia de décadas de creer, por ejemplo, que el ser joven es un valor, y no simplemente una condición natural biológica. Causa admiración ver cómo una persona útil, formada, honrada, pasa a ser descartada por tener más de 30 años; mientras observamos que quienes nos gobiernan, en todos los campos, son los mismos que vimos en 1995, 2005, 2015 y hoy. ¿Hasta cuándo vamos entender que si no hay una revolución interna, nada podrá cambiar en el país?

Ya lo dijo José María Velasco Ibarra ¿Queréis una Revolución? ¡Hacedla primero en vuestros corazones!

Nuestros corazones, ese es el sitio donde podremos cambiar lo que sucede. Vamos 20 constituciones, más de 30 Reformas Tributarias, y con esa inestabilidad unida a la ausencia de credibilidad en las Instituciones del Estado, sobre todo en la palabra presidencial y en el accionar de la Asamblea, ¿Quién va a querer invertir en un país así, en el que todo es por la izquierda?

Poco a poco sentimos que la fuerza que hizo del ecuatoriano, y del quiteño en particular, un pueblo rebelde, que trabajaba con tesón, pero que de igual manera protestaba con entereza lo que veía que iba en contra de sus intereses, se diluye en un lodo espeso y pegajoso llamado corrupción y desidia.

Somos los que idealizamos, y si como se ve, idealizamos la viveza criolla. Aquel que se enriquece en poco tiempo, a los que no respetan las ideas de los otros. ¡Pues entonces poco a poco iremos perdiendo la dignidad, la valentía y el pundonor que tenemos con respecto a la mala utilización del poder!

Hemos topado fondo; hemos caído en la desesperación; sabemos que como en la pandemia nos sentimos solos, no sentimos respaldo del Estado, de nuestros gobernantes, de las cosas que nos hacen falta. No hay políticas de empleo, ni productivas, ni de incentivo a la inversión.

Un Estado de terror

El Estado de la Nación es calamitoso, digno de bajar la puerta, y apagar las luces. Hay carencias fundamentales, estructurales que no debemos dejar de tener en cuenta. Las Universidades no generan pensamiento crítico, las Cámaras de la Producción son Corporaciones que solo ven su interés; las Organizaciones Políticas, la mayoría de los casos, son empresas electorales y familiares, que ni siquiera dentro son democráticas; el Estado es ineficiente, las empresas con monopólicas y nosotros mismos no cuestionamos lo que sucede. Los medios de comunicación han cerrado los ojos a la realidad y solo hablan de una verdad.

Este panorama no puede ser el que nos defina como país. Debemos asumir el riesgo de ser mejores, poniéndonos como ejemplo la Historia de la victoria de Ataballipa,  y sus soldados Caras y Pastos, sobre los cuzqueños; la Escuela Quiteña, el primer voto de la mujer en Sudamérica, la Revolución Liberal, a los Forajidos, a la Gloriosa, a Gonzalo Zaldumbide, Spencer, JJ, el Chito y Richard Carapaz; pero más que nada, buscar en nuestro interior la chispa divina que tenemos y que nos debe dar la oportunidad de una Revolución total.

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