Crónica escrita por Luis Sodiro* en 1877
Desde el principio del presente año esos fenómenos se han reproducido con mayor frecuencia. Columnas y penachos de vapores sulfurosos y a veces de materias
incandescentes han brotado casi constantemente en estos últimos meses de la elevada punta de este cerro.
Muchas personas afirman haber oído repetidas veces bramidos y detonaciones subterráneas que parecían provenir de él. A fines de Abril (21) hubo una erupción de polvo y ceniza,que cayó en bastante cantidad en Machachi, y de la que quedó ennegrecida la superficie del cerro del lado de Occidente.
Se ha observado también desde Mulaló, pueblo situado en las faldas del suroeste del cerro, una poderosa erupción. En una inmensa y muy alta columna de fuego que salia de la punta del volean. Enormes piedras encendidas. se desprendían a varias alturas de la columna, y algunas de ellas reventaban en los aires con
fuertes detonaciones. Los fragmentos también encendidos describían, anchas fajas luminosas, hasta que cayendo se precipitaban por los declives en las quebradas, dejando ver en su curso grandes listones de fuego.
Un día antes de la erupción
El mismo fenómeno se reprodujo el día lunes 25 de junio. Empezó con un ruido subterráneo seguido por una erupción de piedras que produjeron las mismas detonaciones. Después del medio día se levantó del cráter una gran columna de humo muy denso que expandiéndose rápidamente en los aires, empezó a ofuscar la luz del día, y algo más tarde a caer en forma de sutil polvo que llegó hasta Quito, pero cayó en mayor abundancia en Machachi, en donde la oscuridad se confundió
con el crepúsculo de la tarde, puesto que el viento, que a esa hora soplaba con bastante fuerza, impulsó esos nubarrones de polvo sobre los bosques de la cordillera occidental.
En Mulaló, se nos ha asegurado que esa misma tarde, se desbordó del cráter como un torrente de una materia incandescente que irradiaba copiosa luz entre la oscuridad de la noche.
El día de la erupción
El martes 26, el cerro amaneció despejado por la parte del sur, y hasta las seis de la mañana no dejó traslucir nada de lo infausto que debía ser aquél dia para tantas personas que perderían en él su vida, y para tantas mas que quedarían en la desolación y la miseria.
A eso de las seis y media soplaba un fuerte viento; en seguida una gran columna de humo y ceniza se levantó del cráter, que esparcida en la atmósfera por el viento
empezó a oscurecer el dia, cuyo fenómeno ya antes de las ocho había llegado hasta Quito, en donde el celaje iba tomando siempre más el triste aspecto de un crepúsculo extemporáneo, o más propiamente, el que reina durante un eclipse solar.
El polvo suspendido en el aire llenaba la región inferior como de una ligera y finísima neblina sobre que se reflejaba la sombra mas opaca de los nubarrones pardo oscuros de las regiones mas elevadas.
Cerca de las 10 se oyeron unos estampidos imponentes pero sordos, que imitaban lejanas descargas de poderosa artillería. Algo después, un estruendo prolongado y continuo que en Latacunga se reconoció como aviso de la reventazon del Cotopaxi; por lo cual, sus moradores acudieron precipitadamente a su asilo acostumbrado en semejantes casos: la colina llamada el Calvario, situada al N. E. de la ciudad, mientras en Chillo, Machachi y Aloag se creyó una misteriosa corriente subterránea; y por eso mismo más amedrentados, unos se dieron a una precipitada fuga, hacia las alturas circunvecinas. Otros acudieron a la Iglesia para morir abrazados a los sagrados altares.
Poco tardó en presentarse la tremenda catástrofe en el aspecto más aterrador. Eran inmensos raudales de agua con enormes masas de hielo, lodo, piedras y peñascos que con ímpetu inconcebible se precipitaban del cerro.
A poco rato brotaban ya de las grandes quebradas del lado austro – occidental arrancando árboles, destruyendo casas y arrebatando consigo ganados, personas y cuanto encontraban en su curso. En menos de una hora el terrible aluvion había arrasado y cubierto de arena y enormes piedras la vasta planicie, que del pie del Cotopaxi se extiende hasta Latacunga y del lado boreal había recorrido los páramos desde el pie del mismo cerro hasta los llanos comprendidos entre Alangasí, Guangopolo, Sangolquí y Conocoto.
La destrucción
Los caseríos, que se hallaban diseminados en esta grande planicie, en gran parte destruidos. Mucho número de personas y casi todo el numeroso ganado, que allí se apacentaba, arrebatado por la corriente. Las sementeras, parte recientes y parte ya en estado de ser cosechadas, han sido todas o arrasadas o sepultadas.
No se toman, en cuenta en este cálculo las vidas humanas, cuyo valor excede todo aprecio. Con respecto de ellas su precio único son las profundas congojas, los
gemidos y las lágrimas de las afligidas familias a que pertenecían, de la Iglesia y de la Patria de que formaban parte. Si, como se cree, llegan a 300 las personas que perecieron en solo el distrito de Latacunga, ¡cuántas viudas lloraran sus maridos! ¡cuántas madres a sus hijos! ¡cuántos hijos a sus padres! Cuántos huérfanos,
cuyo único sustento eran el sudor y los desvelos de sus padres, han de estar ahora gimiendo en la miseria y en el desamparo. Pero mas dignos todavía de lástima son
aquellos infelices, que sorprendidos repentinamente por la muerte salieron de esta vida sin los auxilios de la religión, y acaso sin poder siquiera apelar a la divina misericordia. Ojalá haya Dios suplido con esta la falta de aquellos, y contentándose con quitarles la vida temporal les haya concedido la eterna. Ojalá la memoria de tan
deplorables desastres· nos retraiga de provocar en lo sucesivo a la Justicia divina a recurrir de nuevo a castigos tan formidables.
Hasta Esmeraldas (Hacienda San Rafael)
Lo mismo sucedió con el horno de fundición y los talleres de herrería y carpintería, perfectamente provistos de todos los útiles, y dirigidos por personas competentes para suplir a las necesidades de las máquinas. Todos fueron completamente destrozados, y las piezas, como las de las máquinas parte enterradas en el vasto montón de lodo, piedras y ruinas del establecimiento, que dejó depositadas en el patio de la casa, pero las más arrebatadas por la corriente y diseminadas en el largo trecho que se fue sucesivamente inundando. Según lo que escriben de Esmeraldas, algunas llegarían hasta allá.
Si es verdad lo que escriben de Esmeraldas, que llegó á las cuatro de la mañana siguiente, recorrería todo ese largo espacio entre Chillo y ese lugar en solo 18 horas.
*Sodiro fue un religioso y botánico nacido en Italia y que llegó a Ecuador a realizar estudios sobre las plantas del país. José María Plácido Caamaño le nombró como “Botánico de la Nación”.