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Elecciones y pandemia: temores muy reales | Opinión

Omar Jaén Lynch / Periodista y docente universitario

Último texto del 2020 y el ánimo no es que esté muy bien. Cerramos quizás el más terrible año de las últimas décadas. En nuestras mentes nos taladra el dolor de más de 40 mil de los nuestros que murieron por Covid-19 o por “neumonía atípica”, la muletilla con la que el Ministerio de Salud Pública intenta ocultar su inoperancia y responsabilidad. A cuestas también acarreamos la peor crisis económica de nuestra historia. Decenas de miles perdieron los ya de por sí precarios empleos que tenían. Aumentan los casos de suicidios, la mendicidad, la inseguridad… Todo un déjà vu del feriado bancario.

A esto se suma la ruina en la que está sumida la institucionalidad del Estado. A la fecha no hay una sola Función del Estado que opere bien. El Ejecutivo, un desastre con un inútil a la cabeza. El Legislativo, el reino del reparto de hospitales y votos. La Justicia, con un concurso de jueces tan amañado que hasta los lambones del oficialismo lo denuncian. La Función de Transparencia tiene a un Torquemada como Contralor y un CPCCS en vías de extinción. Y, como colofón, un Poder Electoral que nos da capítulos de vergüenza a diario.

Tanto el Consejo Nacional Electoral (CNE) como el Tribunal Contencioso Electoral  (TCE) se han empecinado en desarrollar el proceso electoral más accidentado y politizado que se recuerde. En realidad no se podía esperar otra cosa luego que el ‘Trujillato’ amarró la Función Electoral para los partidos políticos. ¿Qué de malo podía pasar con esa astuta decisión? Nada. Lo único bueno es que el tiempo y los hechos dejan al descubierto el daño que le hizo al país el ‘impoluto’ Julio César Trujillo.

Un breve repaso al show

Centrándonos en lo netamente electoral, el panorama aún luce confuso a 43 días de los comicios. Si bien con la última sentencia del TCE se confirma que el binomio Arauz-Rabascall estará en la papeleta, aún la novela de Álvaro Noboa se niega a morir, aunque ya entra en sus últimos capítulos.

Ya todos sabemos las idas y venidas de ese reality, pero me enfocaré en los últimos hechos. El pasado jueves 24 de noviembre, como milagro de Navidad, sorpresivamente se citaron los presidentes del TCE y del CNE. Nadie se lo esperaba, nadie lo tenía en su quiniela, pero ahí los vimos al juez Arturo Cabrera y a la ingeniera Diana Atamaint. La reunión se dio dos días después de que Guillermo Lasso, en rueda de prensa y por primera vez, se pronunciara sobre el caso Álvaro Noboa.

Como se estimaba, el banquero enfiló contra el empresario y se mostró opuesto a su aceptación como candidato presidencial. Un día después, el miércoles 23 de diciembre, Lenín Moreno salía en un simulado video diciendo que no piensa ‘gobernar’ (nunca fueron tan necesarias unas comillas) un día más pasado el 24 de mayo de 2021. Así que la reunión de Cabrera y Atamaint se vio más como un concilio obligatorio para dejar por escrito lo que ya habían pactado la casta política que actualmente gobierna.

Así, los duros de la Función Electoral se mostraron sonrientes ante las cámaras sosteniendo una sencilla hoja en la que juran que las elecciones de primera vuelta se realizarán sí o sí el domingo 7 de febrero. Y muy bien que así sea, el problema radica es que la precaria institucionalidad que tenemos nos lleva a estas reuniones in extremis para corroborar algo que debería ser obvio.

¿Qué nos espera en estas elecciones?

Sobre Noboa, el panorama no le resulta favorable. El sábado 26 de diciembre se conoció que un nuevo fallo del TCE daría paso a nuevas primarias de Justicia Social, pero no para el caso de presidente y vicepresidente. Sí, la sentencia es apelable, pero los tiempos apremian y el empresario no logrará estar en las elecciones, me atrevo a vaticinar, más aún cuando Lasso ya salió en público a bajarle el pulgar.

Con este desenlace, lo más probable es que los ecuatorianos vayan a las urnas y se encuentren con 16 binomios presidenciales. Pero presiento que un nuevo actor se sumará y este sí que no entiende de pactos, repartos o reuniones de último momento ni elecciones.

Desde hace dos meses recibimos noticias sobre una segunda ola de contagios de Covid-19 en Europa. Vimos cómo nuevamente los sistemas de salud colapsa en Alemania, Italia, Francia y España. Observamos a Angela Merkel rogarle a sus coterráneos a seguir las medidas de restricción para evitar más de 500 muertos diarios. Todo esto lo vimos, pero -y al igual que en febrero pasado- por acá hicimos poco o nada.

El gobierno ecuatoriano desde hace meses tiró la toalla sobre la pandemia. Desde junio entregó casi por completo al sector privado el monopolio de las pruebas PCR (que van entre 60 y 120 dólares). También le tiró la responsabilidad a unos Municipios que hace meses no reciben las asignaciones del Gobierno central y que, seamos sinceros, no están preparados para enfrentar esta crisis. Si no que lo diga el Municipio de Guayaquil y su estupidez de fumigar con dióxido de cloro a calles, veredas, vehículos, rostros o todo lo que se le cruce en horas pico.

¿Aplazarán las elecciones?

Quiero equivocarme, pero temo que en enero tendremos un repunte significativo de casos, hospitalizaciones y fallecidos. Les juro que quiero estar equivocado, les aseguro que quiero escribir en un mes para disculparme por este vaticinio, pero creo que todo está dado para que ocurra. Sí, parte de la responsabilidad sería de los ciudadanos que no cumplieron las medidas básicas durante noviembre y diciembre, pero no podemos obviar que vivimos en un país cuyo gobierno se rindió por inoperante hace tiempo.

Con este panorama, no es sorprenderse que en la segunda quincena de enero volvamos al confinamiento extremo. Eso, a su vez, conllevaría aplazar las elecciones, pero sobre todo sería el acabose para la economía.

En años anteriores, a finales de año solíamos hacer una lista con aspiraciones para los siguientes 365 días. Esta vez y en estas líneas, les he compartido mis temores para 2021. Cómo cambian las cosas, carajo. Ha de ser eso de la ‘nueva normalidad’.

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