Por: Juan Paz y Miño
El tema del desarrollo económico surgió después de la II Guerra Mundial (1939-1945), asociado con la Guerra Fría. La razón fue que las condiciones sociales de los países de Asia, África y América Latina, a los que también se llamó el “Tercer Mundo”, podían resultar explosivas y favorables a proyectos socialistas, con temor del derrumbe del capitalismo. La preocupación de los países del “Primer Mundo” fue promover el “desarrollo” del Tercer Mundo. En los Estados Unidos comenzaron a aparecer los teóricos “expertos” en desarrollo, como W. W. Rostow, autor de The Stages of Economic Growth: A Non-Communist Manifesto (1960), que tuvo enorme influencia y que pretendía fundamentar cinco etapas de obligado ascenso al desarrollo, siempre vinculadas con el modelo de economía “libre” de los EE.UU., es decir, solo en camino al capitalismo.
En América Latina la institución que, además de integrar a prestigiosos investigadores, supo realizar pioneros estudios sobre el “subdesarrollo” de la región fue la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), creada por las Naciones Unidas en 1948. Sus teorías contrastaron con las que provenían de los EE.UU. y ofrecieron soluciones contrarias e innovadoras frente a las de los expertos del Primer Mundo. El golpe inesperado llegó con el triunfo de la Revolución Cubana en enero de 1959 y el camino que este país inició, que finalmente sería el del socialismo. El terror a un desenlace parecido en cualquier otro país latinoamericano condujo a que durante la presidencia de J. F. Kennedy (1961-1963) se planteara el plan “Alianza para el Progreso” como instrumento para impulsar el desarrollo de América Latina. Por cierto, Rostow pasó a ser Consejero de Seguridad Nacional de la Casa Blanca y luego presidente del Consejo de Planificación Política en el Departamento de Estado. Y esa especie de “Plan Marshall” para la región formó parte de una estrategia de largo plazo para el fortalecimiento del modelo norteamericano de economía “libre” frente al ruso-comunista, acompañado del objetivo por lograr la primacía militar y en el espacio (que llegó al primer descenso humano en la Luna) y fortalecer la hegemonía de los EE.UU. La reconocida economista Mariana Mazzucato, en tres obras: El Estado emprendedor (2014), Misión economía. Una guía para cambiar el capitalismo (2021) y en Cambio transformacional en América Latina y el Caribe: un enfoque de política orientada por misiones (2022), tomó como ejemplo esos procesos, para fundamentar sus concepciones sobre la necesidad de las políticas de Estado para la actualidad, rechazando la visión neoliberal que intenta arrinconarlo y hasta suprimirlo en su acción económica.
De aquella época al presente hay un contraste abismal. El desarrollismo de las décadas de los 60 y 70 en América Latina, con clara participación estatal en la economía y que en países como Ecuador sirvieron para superar el escandaloso atraso de su sociedad (el “cuadro del subdesarrollo”, en un conjunto de índices muy propio de la época, ocupaba el primer lugar en América del Sur, junto con Bolivia), progresivamente fue abandonado. Se articularon la crisis de la deuda externa en 1982, las intervenciones del FMI, la consolidación del reaganismo y la indetenible expansión de la ideología neoliberal entre las élites latinoamericanas, a raíz de la globalización transnacional provocada con el derrumbe del socialismo de tipo soviético. En la región cambió todo el lenguaje económico sobre el desarrollo y, además, sobre el bienestar humano colectivo. Y en la vía señalada se abandonó la construcción de teorías económicas propias de la región, como lo había postulado la CEPAL, y se pasó a manejar las reducidas consignas de los grupos económicos, con un recetario que ha caracterizado la conducción de los gobiernos empresariales latinoamericanos y de los presidentes-empresarios. Entre ellos se repite, hasta el presente: achicar al Estado, aliviar o suprimir impuestos, privatizar bienes y servicios, transferir recursos públicos y nacionales al sector privado, “liberar” mercados, flexibilizar/precarizar las relaciones laborales y nada de redistribución de la riqueza generada por el trabajo social apropiado campantemente por las elites económicas, que disfrutan de una vida de privilegios.
Fueron los gobiernos progresistas del primer ciclo y ahora también los del débil segundo ciclo, los que recuperaron el sentido del desarrollo y, sobre todo, el del bienestar colectivo. Sentaron caminos para la construcción de economías sociales. Por eso sus políticas han chocado no solo con la visión del FMI y de los EE.UU. sino, ante todo, con las élites empresariales que se acostumbraron a la captura del Estado a su favor, durante las décadas finales del siglo XX. Con el libertarianismo, como nueva ideología que da un paso adelante frente al neoliberalismo y que es inducida por el triunfo presidencial de Javier Milei en Argentina, esas élites se han decidido por abandonar, definitivamente, cualquier sentido de justicia social (https://t.ly/csmv3). Sólo se interesan por el progreso de sus negocios y la acumulación de mejores rentabilidades. Y eso confunden como “desarrollo”. De este modo, la economía puede crecer (en cuanto al PIB) y hasta lucir como modernas, con incremento del consumismo y la inundación de mercancías de todo tipo, que llenan supermercados y centros comerciales en urbes que acumulan construcciones y edificios, pero sin lograr el mejoramiento de las condiciones de vida y trabajo de la población, cuya ruina no llega a solucionarse en el largo tiempo. Además, en países como Ecuador, aparecen claros signos de reconfiguración de economías oligárquicas, primario-exportadoras, con hegemonía del capital financiero, comercial, especulativo y el crecimiento de las “economías ilegales”, en manos de mafias que han logrado penetrar en instituciones del Estado. Un nuevo cuadro del subdesarrollo latinoamericano, para el cual no tienen respuestas el neoliberalismo ni el libertarianismo, ya que son los causantes de esta sui géneris época histórica del siglo XXI latinoamericano. La reconcentración agresiva de la riqueza es el signo actual, como lo ha constatado la misma CEPAL. Es tajante la diferencia con los cambios reales que han encabezado los gobiernos de Andrés Manuel López Obrador en México y de Lula en Brasil. En Colombia, el camino hacia una economía social conducido por el presidente Gustavo Petro está amenazado por la reacción de los sectores que disfrutaban del control del poder para garantizar sus privilegios.
Economías sin desarrollo, es decir sin promover el bienestar colectivo, unidas al dominio estatal de élites neoliberales/libertarias, no solo han provocado democracias oligárquicas (https://t.ly/F9O14), como la que vive Ecuador, sino que no ofrecen un futuro que haga posible el mundo mejor. Y se unen potencias del Primer Mundo que anteponen sus geoestrategias de hegemonía internacional, sin comprometerse en programas de acción conjunta con los países subdesarrollados, para superar, definitivamente, las condiciones estructurales que alimentan la pobreza y el mantenimiento del deterioro en la calidad de vida y trabajo de la mayoría de las poblaciones.