Publicidad

El pecado de decidir | Opinión

Apoya a Radio La Calle ($2,00)

Por: María Isabel Burbano

En 1857 tuvo lugar en París un juicio muy particular. Habían acusado de ofensa contra la moral y las buenas costumbres a Madame Bobary, la que podemos considerar como la obra maestra del escritor francés Gustave Flaubert. La novela salió victoriosa y pudo seguir publicándose. Antoine Marie Jules Sénard, el abogado de Flaubert realizó una fuerte defensa al libro, tanto que el escritor se la dedica en una de las ediciones.

Pero ¿qué encontró Ernest Pinard, fiscal de Francia, para llevar a cabo su defensa de la moral y las buenas costumbres de la sociedad del siglo XIX? Varias cosas que en un primer momento podemos definir en una oración: Emma Bobary hizo lo que le dio la gana. Tal vez esto en nuestro siglo XXI no parezca gran cosa (en varias sociedades las mujeres no pueden hacer todavía lo que les plazca) pero hace dos siglos, la posibilidad era algo inmoral y terrible.

Cuando leí Madame Bobary era adolescente y en ese primer momento ya me sorprendió como el personaje que creó Flaubert pasó de la vida casi monacal al cuidado de su padre, a un matrimonio aburrido con un médico hasta probar las mieles del placer en sus amantes, para finalmente terminar en la muerte por suicidio. Al releerlo he pensado que, aunque han pasado tantos años, aún censuramos las decisiones que toma una mujer con respecto a su propia vida. La juzgamos, susurramos en secreto como si nos afectara en primera persona. Todavía, como Pinard en 1857, nos creemos la policía de la moral.

¡Cómo no entender a Emma! Pasó la primera parte de su vida, adolescencia y juventud, cuidando a su padre tras la muerte de su esposa unos años antes. Lo único que conocía era la tranquila vida provinciana en la granja del viejo Rouault. Luego llegaría Charles Bovary a curar la pierna de su padre y aunque estaba casado (por orden de su madre) con una viuda, terminó encaprichándose de Emma. Quiso la providencia que la esposa muera pronto, lo que dejó el camino libre a Charles.

La segunda Madame Bobary estaba segura de que le esperaba un destino más interesante al lado de su marido en Tostes, pero con el tiempo esas ilusiones se desvanecieron. Entonces buscó el cariño, la pasión en un amante. Emma quería vivir un poco y Rodolphe Boulanger fue su vía de escape. A Monsieur Pinard lo que le molestaba era aquello, en primera instancia, que Emma Bobary decidiera cometer adulterio, si el hombre lo hiciera, no hubiera existido problema. Se ha naturalizado. Para él no era excusa siquiera (para mí sí) que Flaubert advirtiera desde el principio lo soso que era Charles.

De todas formas, la aventura duró poco cuando ella propone escaparse, pero Rodolphe se va solo. Madame Bobary se enferma y recurre a la Iglesia para no sucumbir. Otra cosa que irritó al fiscal ¿cómo una adúltera puede recurrir a Dios después de realizar tal pecado? Pero lo peor que pudo haber hecho Emma es llegar al suicidio. Ahogada en deudas y sin poder encontrar el amor deseado, toma arsénico y termina con su vida. Su muerte desencadenaría otras tragedias a su familia como vemos en las páginas finales del libro. Eso, el fiscal Pinard no lo podía perdonar, esperaba que al menos existiera un castigo por su comportamiento, pero no fue así. Flaubert hizo que la decisión de poner fin a su vida estuviera en las manos de Emma. Una adúltera suicida escandalizaba así a la sociedad francesa del XIX.

No es el único ejemplo de este tipo de mujer en la literatura anterior al siglo XX. Tenemos a la Anna Karenina de Tolstoi que, por suerte, no fue llevada a juicio, pero que podría hacernos preguntar si ¿la vida de Anna hubiera sido más fácil y menos cruenta si no se hubiera involucrado con el oficial Alekséi Kirílovich? Posiblemente, pero entonces no hubiéramos tenido argumento que leer.

¿Decidir es un pecado? Madame Bobary fue a juicio porque mostraba un lado de la mujer que en la vida real era impensable: como dije al principio, la posibilidad de decidir hacer lo que le viniera en gana, aunque después tuviera que lidiar con las consecuencias. La férrea defensa de Jules Sénard a la novela permitió que ahora reconozcamos su valor estético, pero también la muestra de la condición humana. La posibilidad de mirar a la mujer no como una pecadora, si no más bien como un ser capaz de tomar decisiones por sí misma. Ese, para mí es su aporte más notable.