“Un año que pasa, otro que se va, dejando solo tristezas, nada de felicidad”.
El mensaje de esta vieja canción popular dice mucho del espíritu que marca al pueblo estos últimos días del año. El pesimismo ante las esperanzas frustradas, el crecimiento de la pobreza, la normalización de la violencia cotidiana, el uso del fraude, la burla y el engaño de algunos como fórmula política, obligan a enfrentar una vez más, los rostros del desencanto, hasta llegar al descubrimiento mil veces conocido de que al final todas las deudas, todas las condonaciones, todos los experimentos, todos los descalabros económicos, los paga el pueblo.
“Folklore es el pueblo que habla”, sostiene el maestro Carvalho Neto. Y aquel se venga de su destino quemando con placentero furor al Año Viejo, representado en la confección de un monigote al que se le van a atribuir todos los males. Su incineración es una especie de catarsis popular por medio de la cual el pueblo expresa sus decepciones, su impotencia y sus iras reprimidas. Es la única vez en el año que hace uso del descomunal poder de la ironía para humillar por unas pocas horas a quienes lo engañan permanentemente.
El monigote del año viejo viene a remplazar al chivo expiatorio de los ritos de la antigüedad. Se lo quema como símbolo de la proyección de los pecados propios sobre otro, como una manera de lavarse la consciencia para tener la valentía de enfrentar nuevamente los mismos sueños.
El fuego purifica, quema la mala suerte, la mala racha, las esperanzas traicionadas.
El fuego destruye y renueva.
Como los antiguos alquimistas trasmutamos la materia innoble en otra que surgirá de las viejas cenizas.
Este antiguo ritual, con sus luces y petardos, con el horror del estruendo y de la quema para los inocentes, con los excesos del baile y la bebida, es siempre una convocatoria inconsciente al gran caos producido por un cansancio de la voluntad a la sumisión ordinaria y aparentemente callada del pueblo. Este tiene necesidad de estas fiestas saturninas porque, simbólicamente, representan el cataplum, el romper por un segundo el principio de la realidad hasta alcanzar el clímax, aunque vuelva al día siguiente a lo de siempre.
Esta especie de orgía de los sentidos en que toda una ciudad estalla y agoniza, es un equivalente cosmogónico, según Mircea Eliade, del caos o de la plenitud final, y también del instante eterno, de la no-duración.
Durante la quema, por un momento, las almas se inmovilizan recordando a los ausentes, los labios callan aguardando que las blancas lenguas de fuego devoren al “viejo” que agoniza entre estertores, mientras, de alguna manera, agoniza también un rincón de nuestras almas.
En esa noche, para muchos, hay una especie de recogimiento, de sensación de que algo se ha perdido, de que el tiempo, una vez más, ha naufragado en nuestras manos.
Vienen los inventarios, los balances emocionales, los proyectos para el próximo año, y es allí cuando, diminuta, se avizora, se vuelve a erguir una chispa de esperanza entre lo que quemamos en la hoguera del año que se va y el futuro que anhelamos. Y nos alegramos y brindamos porque advertimos que somos un pueblo de gente amable y buena por mucho que los medios de comunicación nos bombardeen diariamente afirmando lo contrario y algunos hechos evidencien con tristeza la agonía que hoy vivimos.
Aún hay gente que cree en el valor de la palabra aunque nos tilden de ingenuos y compartimos con los niños y los poetas esa cualidad antigua de asombrarse, que seguimos fiel a la paradoja de aquel adagio popular en que se manifiesta toda una metafísica de vida de los ecuatorianos, cuando al calor de los tragos y de la pregunta retórica del Cómo estás, replicamos con una media sonrisa: Bien jodidos, pero contentos…
Sobre la autora
Aminta Buenaño, distinguida escritora ecuatoriana, diplomática y profesora universitaria, ha forjado una carrera literaria rica y reconocida a nivel internacional. Además de su maestría en género, Aminta ha destacado en el ámbito político, desempeñándose como asambleísta nacional, vicepresidenta de la Asamblea Constituyente y embajadora en diversas naciones.
Su incansable lucha por la igualdad de género y los derechos sociales la ha consolidado como una figura inspiradora en la sociedad ecuatoriana. Aminta Buenaño no solo ha dejado un impacto perdurable en la literatura, sino que también ha sido una voz fundamental en la diplomacia, abogando por valores fundamentales en la escena internacional.
Con una mente abierta y una pluma valiente, Aminta continúa siendo una figura esencial que comparte su sabiduría y perspectiva con el mundo, trascendiendo fronteras y dejando un legado duradero en la intersección entre la literatura, la política y la defensa de los derechos humanos.