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El miedo como política de Estado | Opinión

Por. Náhuel Mendoza Klenner

¿En Ecuador existen certezas sobre el porvenir? Probablemente no. El miedo es la respuesta frente a la incertidumbre de un futuro que no sabemos estable ni seguro. Las garantías de una vida digna, con plenos derechos y sin violencia, son tareas que el Estado debería asumir, pero que en nuestro país no lo hace.

La ausencia estatal se siente en las calles, donde el sicariato reina; en los centros educativos, cuya infraestructura no es apta para recibir a jóvenes y niños que buscan estudiar; en las cárceles, donde ya se registran casi 500 muertos, tras varios sucesos violentos y amotinamientos; en los hospitales, donde no hay medicina, tampoco médicos.

Los ecuatorianos estamos huérfanos. No hay un Estado que nos cobije, que se haga responsable, que nos brinde garantías.

Nos invade un miedo líquido y la respuesta gubernamental es desalentadora, es de diagnóstico, sin hoja de ruta, no hay un plan.

Nosotros, los ciudadanos huérfanos, hemos recurrido a la que intuitivamente creemos que es la mejor estrategia: escondernos, resguardarnos, encerrarnos. Ya no nos enclaustra la pandemia, nos confina el miedo.

Nuestras calles se tiñen de rojo. No existe día alguno en el que no nos enteremos de noticias como “Mataron a…”; “Múltiples asesinatos en Guayaquil”; “Coche bomba en Esmeraldas”. Titulares que han llegado a ser “normales”, “cotidianos”, el “pan de cada día”, en los diferentes medios de comunicación, incluso en aquellos aliados del discurso oficial que, frente a la realidad ya no han tenido forma de disimular o maquillar lo que en el país acontece.

Pero para el presidente de la República, la calentura está en las sábanas. Guillermo Lasso ha acusado a los medios de comunicación de exagerar, de generar zozobra en la población, de ser parte del problema al publicar la verdad.

Vemos cerrar negocios por miedo.

Vemos cerrar escuelas por los nuestros.

Vemos cerrar los ojos para no reconocer sus errores.

En tanto, las cifras de la Fiscalía General del Estado, demuestran que desde marzo del 2022 se han registrado en la provincia de Esmeraldas 585 robos. Y se han reportado 53 asaltos a unidades.

A nivel nacional, más de 400 hechos delictivos (entre asaltos y tentativas de robo) han informado los conductores de recorridos, principalmente en los de empresas, desde octubre de 2021 hasta mayo de este año. De estos datos, alrededor de 320 casos, se concentran en Guayaquil.

En 2017, la tasa de muertes violentas era 6 por cada 100 mil habitantes, mientras que en  2021 subió a 14 por cada 100 mil habitantes.

En lo que va del año (2022), hasta finales de abril, han sucedido 1255 muertes violentas, 53% más, en referencia al 2021. De estos números tenemos que 436 muertes violentas ocurrieron en la zona 8 (Guayaquil, Durán y Samborondon), y 141 reportadas en la provincia de Esmeraldas.

Las mafias, la delincuencia común y la organizada les faltaron el respeto a la policía, a los militares, al gobierno de Lasso. No hay dirección, no hay un timonel, lo que si hay es muchos asesores aduladores que blindan a sus autoridades y esconden debajo de la alfombra los hechos sangrientos.

¿Y ahora de quién es la culpa? ¿Del pasado? ¿De los medios? Es más fácil ver hacia otro lado, generar una narrativa aupada por un contrato de decenas de millones de dólares y pintar de colores la televisión, las radios y las redes sociales.

¿Y se preguntan por qué se calientan las calles? Quizás es porque con su indiferencia las están manchando de sangre y plomo.

¡El miedo nos paraliza! Y quienes gobiernan ahora recurren a él como el antídoto perfecto contra nuestra inconformidad. Tienen nuestro silencio. Nos venden soluciones infecundas y convenientes: quédate en casa, aunque “lo peor de la tormenta ya ha pasado”.

Que esta crisis, no sea para ellos la oportunidad perfecta para aplicar sus políticas de ajuste, y para que, nosotros, inmovilizados por nuestras propias opresiones, nos dejemos aplicar recetas dictadas por organismos crediticios internacionales que, bajo otras circunstancias, nos resultarían inaceptables.

No dejemos que el miedo sea la herramienta política para callarnos. Que caminar no nos pese, que alzar el puño nos dé valentía.