Quito, 28 mar (La Calle).- A Miguel Hernández no lo mató la neumonía el 28 de marzo de 1942. Su recuerdo y legado se antepuso a la saña y la crueldad de los soldados del régimen franquista y los funcionarios que lo pusieron en esa celda de Alicante, España.
Hernández (Orihuela, Alicante, 1910) fue, junto a García Lorca y Antonio Machado, uno de los más grandes poetas españoles del siglo XX. Las circunstancias harían que deje este mundo con solo 31 años de edad.
Entre su obra más destacada está: Perito en Lunas (1933), El Rayo que no cesa (1936), Viento del Pueblo (1937), Cancionero y Romancero de Ausencias (1938-41), El Hombre Acecha (1938-39) o Nanas de la Cebolla (1939).
Militante comunista y ferviente republicano, en abril de 1939 fue apresado en Portugal por el dictador Salazar y entregado a los franquistas.
Mientras estaba en las cárceles de Sevilla y Madrid le llegó una carta de su esposa Josefina Manresa, en la que contaba que solo tenía cebolla para alimentar a sus hijos. Ahí escribe «Las nanas de la cebolla».
Después de una breve etapa de libertad vuelve a caer preso y es condenado a muerte en 1940, sin embargo, la pena es conmutada a 30 años de cárcel. Solo cumple dos. Su cuerpo mermado por el tifus y la neumonía no pudo más.
Nanas de la cebolla
La cebolla es escarcha
cerrada y pobre:
escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla:
hielo negro y escarcha
grande y redonda.
En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre
escarchaba de azúcar,
cebolla y hambre.
Una mujer morena,
resuelta en luna,
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te tragas la luna
cuando es preciso.
Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en los ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que en el alma, al oírte,
bata el espacio.
Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.
Es tu risa la espada
más victoriosa.
Vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol,
porvenir de mis huesos
y de mi amor.
La carne aleteante,
súbito el párpado,
y el niño como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!
Desperté de ser niño.
Nunca despiertes.
Triste llevo la boca.
Ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.
Ser de vuelo tan alto,
tan extendido,
que tu carne parece
cielo cernido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!
Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.
Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.
Vuela niño en la doble
luna del pecho.
Él, triste de cebolla.
Tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.