El Estado: un «enemigo» valioso | Opinión

Por: Juan Paz y Miño

En artículos anteriores me he referido a la posición de los neoliberales, libertarios anarco-capitalistas, empresarios con iguales visiones y gobiernos empresariales que los representan. Todos movilizan la ideología perversa de la “libertad económica” (https://t.ly/F3w_j) y tienen como “enemigos” a los impuestos (https://t.ly/kBHLZ) y a los derechos laborales (https://t.ly/kIU0n). He señalado que desconocen la historia económica del capitalismo y, sobre todo, la de América Latina. Por eso cabe preguntarse: ¿por qué también tienen como otro enemigo al Estado a tal punto que los anarco-capitalistas piensan en su desaparición?

Los historiadores han despejado esos mitos a cada paso. El mercantilismo, que fue la política hegemónica entre los siglos XVI al XVIII, y que sostuvo la acumulación originaria de capitales, se basó en el Estado interventor para garantizar coloniajes, saqueos, latrocinios, enriquecimientos, esclavitud, explotación humana, tanto por parte de los grandes imperios europeos, como de los “empresarios” que crecieron a su amparo. El proteccionismo de las naciones industriales de Occidente no se entiende sin el Estado. Y tampoco el “libre-cambio”, que al mismo tiempo que “liberaba” mercados, utilizó al Estado no-intervencionista para garantizar los flujos del enriquecimiento de las burguesías. El capitalismo entre los siglos XIX y XXI no ha dejado de apelar al Estado cada vez que se ha requerido regular la “competencia” privada, favorecer a las corporaciones, intervenir y hasta invadir otros países para proteger empresas e inversiones de tipo imperialista. O cuando se ha requerido contener el ascenso de los movimientos sociales para evitar revoluciones y cambios que alteren el sistema vigente. Contrariando las ideas sobre “achicamiento” del Estado, buenas para la propaganda y el “populismo” derechista, en el mundo Occidental los Estados Unidos tienen un Estado poderoso con capacidades mundiales, los países europeos se distinguen por los sistemas de economías sociales de mercado con Estados igualmente fuertes. Ni qué hablar de países como China y Rusia, o como India y Japón.

En América Latina el asunto es aún más claro y contundente. En esta región las ideas sobre libertad económica extrema, que no se llevan a la práctica en los países capitalistas centrales, son acogidas como modernas y avanzadas en los círculos que elevan a las actividades privadas al nivel de únicas posibles y aceptables. La historia nuevamente les contradice. La conquista y la época colonial están marcadas por el intervencionismo estatal y el monopolio de las metrópolis. Los procesos de independencia latinoamericanos, tan importantes en la historia mundial por la ruptura del coloniaje, no pudieron evitar la constitución de Estados oligárquicos durante el siglo XIX, revestidos como repúblicas “democráticas” proclamadas solo a nivel ideológico, mientras en la realidad concreta unas élites minoritarias y hasta parásitas, acumularon riqueza y poder, aprovechando de las inversiones públicas, favoreciéndose con las leyes y con el control de las instituciones. Los Estados decimonónicos fueron fuentes para los negocios y la reproducción social y económica de esas élites, a través de múltiples mecanismos: contrabando, evasión y elusión tributaria, sobreprecios, ventas o compras fraudulentas, contratos lesivos, concesiones territoriales o mineras, recursos públicos, juicios, estafas millonarias, peculados y tantas otras formas que han caracterizado el enriquecimiento de las clases empresariales, los agroexportadores y los hacendados latinoamericanos, sin dejar de lado la superexplotación permanente sobre todo tipo de trabajadores.

De tal modo que a los ideólogos de la “libertad económica” bastaría recomendarles la lectura de autores bien conocidos como Carlos Sempat Assadourian y Sergio Bagú sobre la época colonial, o las historias económicas generales sobre América Latina que han escrito reconocidos académicos: Luis Bértola, José Antonio Ocampo, Víctor Bulmer-Thomas, Carlos Marichal, Tulio Halperin Donghi, Rosemary Thorp. Si se dan algo más de tiempo podrían leer la monumental Historia de América Latina que coordinó Leslie Bethell u otra, también monumental, que publicó la UNESCO. Y seguir, además, a las decenas de autores que han publicado estudios sobre cada país latinoamericano. De este modo, podrían cotejar las realidades de la región con las especulaciones teóricas acerca de las economías capitalistas centrales que hicieron autores como Friedrich von Hayek (1899-1992), considerado el pontífice de las ideologías neoliberal-libertarias. Comprobarían que el Estado estuvo presente durante toda la época oligárquica y con más fuerza e intervencionismo en el siglo XX. La industrialización y la reforma agraria tienen como conductor al Estado. Las burguesías latinoamericanas crecieron bajo el amparo del Estado.

Ecuador sirve nuevamente entre los ejemplos más radicales de cómo el “Estado mínimo”, practicado durante el siglo XIX y mantenido por el Estado oligárquico hasta bien entrado el siglo XX, hizo del país uno de los más atrasados de América Latina y del mundo. Los presidentes Vicente Rocafuerte (1834-1839), Gabriel García Moreno (1860-1865/1869-1875) y Eloy Alfaro (1895-1901/1906-1911) lograron avanzar al país por su intervencionismo estatal y lo mismo ocurrió con la Revolución Juliana (1925-1931), con la cual se conquistaron los derechos laborales. La situación nacional cambió radicalmente por el desarrollismo, favorecido en los 70 con la riqueza petrolera. El neoliberalismo que se profundizó en las dos décadas finales del siglo XX y los inicios del XXI, ya no se preocupó del desarrollo, sino del aprovechamiento del Estado para los buenos negocios y la corrupción de sectores privados beneficiados con las sucesivas políticas de los gobiernos literalmente sujetos a sus consignas económicas y a las del FMI. Fue el gobierno de Rafael Correa (2007-2017) el que cortó esa vía y sentó las bases para una economía de tipo social. Ocurrió lo mismo con los gobiernos del primer ciclo progresista de América Latina al iniciarse el siglo XXI, ampliamente estudiados. Este escenario es el que agudizó la unificación del neoliberalismo entre las elites empresariales y ricas de la región, al mismo tiempo que sirvió de base para el despegue del libertarianismo anarco-capitalista.

La ideología actual de la “libertad económica” no aporta más al progreso ni al desarrollo económico con bienestar social en América Latina. Los estudios e índices de instituciones como la CEPAL lo están demostrando. Los panegiristas no cuestionan al Estado que sirve a los propietarios privados del capital, sino al tipo de Estado “enemigo” que los regula, controla y los somete a las leyes sociales. La experiencia vivida con el inicio del siglo XXI ha provocado que adviertan que el progresismo latinoamericano representa un peligro al interés de acumulación privada perpetua y dominio oligárquico. Sería peor si ese progresismo da un paso adelante para impulsar abiertamente políticas para crear una sociedad post-capitalista. Neoliberales, libertarios y élites ricas están dispuestas a frenar toda fuerza social y política que los enfrente. Lo vienen haciendo a través de la persecución, el lawfare, la criminalización de la protesta social, la inseguridad ciudadana, la narco-política, la desinstitucionalización No importan Constituciones ni derechos. Cuentan con apoyo nacional e internacional. Ecuador desde 2017 y Argentina desde 2023 han pasado a ser los países a la vanguardia del triunfo de la “libertad económica”, a costa de la sociedad y la democracia.

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