Quito, 15 jul (La Calle).- El hedor fue lo primero que aturdió a la médica argentina Selva Sandra Font cuando aterrizó en la ciudad de Guayaquil, que entre abril y mayo se vio estremecida por uno de los embates más duros que ha causado la pandemia del coronavirus en todo el mundo. Este es un informe especial de la agencia de noticias rusa Sputnik.
El 13 de abril, Font llegó a esa ciudad ecuatoriana como integrante de la Comisión Cascos Blancos, institución creada en 1994 bajo la órbita del Ministerio de Relaciones Exteriores argentino que brinda ayuda humanitaria ante emergencias y catástrofes. Junto a ella viajaron el coordinador operativo de la institución, Martín Torres, y otros dos médicos con experiencia en gestión de riesgos, Hugo Ginsberg y Néstor Moreno.
Catástrofe
Este último reconoce que lo más terrible que le tocó vivir como médico fue el desborde de los sistemas de salud en la ciudad ecuatoriana. «La gente que sobrevivió a la primer estocada de la pandemia daba testimonio de las pérdidas de familiares, amigos y vecinos que habían sufrido», relata a Sputnik. «En un primer momento subestimaron el problema, y cuando se dieron cuenta de lo que pasaba, ya era tarde».
Guayaquil estaba colapsada bajo el calor cuando las fronteras fueron cerradas y todos los vuelos se cancelaron. «La situación estaba desbordada, la gente no entendía de qué se trataba, qué era el coronavirus, y minimizó la situación», coincide Selva. «Las autoridades no se pusieron firmes y estrictas con el tema de que la gente se resguardase en sus hogares, y la gente continuó en circulación y realizando ventas ambulantes. Lo único que lograron fue enfermarse todos al mismo tiempo y saturar el sistema sanitario».
En este contexto se encontraron los 750 argentinos que había varados en Ecuador, la mayoría atrapados en Guayaquil y en Quito. La cancillería argentina empezó a trabajar con los ministerios ecuatorianos del Interior, de Salud, de Seguridad, con la Dirección de Sanidad de Fronteras y con Aduanas para organizar su traslado.
Salida
Durante los 23 días que permaneció la Comisión de Cascos Blancos en Guayaquil, despegaron siete vuelos Hércules c-130 de la Fuerza Aérea Argentina. Los primeros en volver fueron mayores de 60 años, diabéticos y asmáticos. También fue prioritario el regreso de pacientes cardíacos y oncológicos. En estos vuelos de carga hasta una embarazada de 36 semanas, y una bebé de dos semanas de vida emprendieron el regreso en un vuelo que en total duró 9 horas.
Selva rememora el caso de un hombre argentino de 74 años diabético que había viajado a Ecuador para celebrar el cumpleaños de su hija. El turista se quedó sin insulina y se desesperó por volver a su país. «Movimos un montón de recursos y cuando finalmente conseguimos la insulina, y estábamos al pie del Hércules, nos dijo: ‘No los puedo abrazar pero me voy a arrodillar para agradecerles a Dios y a ustedes que están acá y me hacen llegar a casa sano y salvo'».
Las anécdotas de final feliz se enlazan con el impacto de la tragedia. Selva recuerda que en las noticias salía una mujer de unos 50 años «que pedía por favor a la gente que entendieran de qué se trataba el COVID-19». La ecuatoriana había perdido a sus padres, que tenían 72 y 76 años, a su hermano de 48 y a su sobrina de 23. Estos dos últimos no tenían ningún antecedente de enfermedad previa.
Las desgracias dejan como estela una enseñanza, además del dolor. «Nos mostró que de este problema salimos todos juntos, que se necesita de un Estado que acompañe con políticas públicas universales y oportunas», concluye el médico.
Selva asiente. «Para nosotros, desde Cascos Blancos, el primer paso para la resolución de un problema es involucrarse. No admitimos el no te metás, la indiferencia social», zanja. «El compromiso es con el ser humano que necesita ayuda y está sufriendo».
Durante la pandemia regresaron a Argentina 204.000 ciudadanos varados en el exterior, de los cuales hasta 90.000 lo hicieron en vuelos especiales.