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El cuerpo de nosotras nunca ha sido nuestro – Opinión

Aminta Buenaño
Aminta Buenaño

El cuerpo de las mujeres, en nuestra sociedad patriarcal, es un pedazo de carne que cuelga en la carnicería de la vindicta pública. Está siempre disponible para ser devorado, usado, explotado, vilipendiado, violado, asesinado, desechado como una cosa.

El cuerpo de las mujeres se compra, se vende, se trata, se maltrata, se prostituye –y no solo por un cafiche–; sino también usando los medios y redes sociales para destruir su humanidad por medio del envilecimiento: tantos videos y fotos que circulan clandestinamente, falsos o no, sin respetar honra, edad o condición.

Está visto que desde la época de Olimpia de Gouges, en la Revolución Francesa en 1789, quien reclamó que la famosa Declaración de los Derechos del Hombre no contenía en lo esencial los derechos de las mujeres, y fue guillotinada por esta osadía, no ha pasado para nosotras mucha agua bajo el puente.

El cuerpo de las mujeres nunca es territorio privado, eso es un derecho masculino.

No nos pertenece: le pertenece al cura, al padre, al marido, a la iglesia, al Estado. El cuerpo de las mujeres siempre tiene propietario.  Reducido a objeto, cosificado como producto de placer y de consumo, es controlado, utilizado y sometido por su eventual dueño.

Y no importa que nazcamos inteligentes y estemos llenas de ideas y de talentos. Lo que importa, lo que deja rédito y garantiza el éxito femenino en nuestra sociedad, es la belleza como categoría absoluta. Que seas flaca, aunque anoréxica. Que seas bella, muy bella, aunque los cirujanos hayan hecho una carnicería de tu cuerpo y un festín de tu bolsillo.  Lo importante es calzar en el modelo imposible y ficticio que exige la industria, en donde el cuerpo de las mujeres es siempre etéreo e intemporal. Ficción que garantiza, por partida doble, lucro ilimitado no solo a la industria de la moda y de la cosmética, sino a los laboratorios farmacéuticos y de salud privada.

Hace algunos años una exministra de economía ecuatoriana se quejaba que los medios de comunicación tradicionales no dijeron ni pio cuando ella fue cabeza del manejo súper exitoso del proceso de renegociación de la deuda externa, ampliamente reconocido por los más altos organismos mundiales.

Pero cuando decidió hacer algunos retoques en su cuerpo y se sometió por salud a una cirugía de la manga gástrica para eliminar más de 135 libras de sobrepeso, tuvo a sus pies toda la parafernalia mediática, e incluso, fue portada excepcional de las más importantes revistas y periódicos nacionales, solo “por ese cambio de look”.

Qué conclusión podrían sacar nuestras niñas a las que pretendemos educar: que lo importante en una mujer no son sus ideas, ni su trabajo, ni su capacidad intelectual. Lo fundamental es cómo luce, qué trapos usa, su belleza, aunque la construcción de esa belleza pase por filetearse el cuerpo en un quirófano arriesgando su vida y violentando su integridad.

Hay un poder normalizado y aceptado dentro de la sociedad machista para maltratar, ridiculizar, afear el cuerpo de las mujeres cuando no reúne los requisitos de belleza o simplemente como una manera altamente eficaz de desacreditarlas y destruirlas. Todo pasa por el cuerpo: la mujer como mercancía (puta), como pornografía (re-puta); como objeto de ridiculización y burla: “Ella es gorda, tiene un culo y unas tetas grandes”. ¿Alguna vez hemos hecho la misma valoración de un hombre? ¿Alguna revista seria ha celebrado con pompas un cambio de look masculino?

Este rasero es para todas nosotras sin importar condición social ni edad; pero especialmente se radicaliza con las mujeres que se atreven a invadir el mundo tradicional de los hombres: la política.

Y son las agresiones que constantemente vemos contra ellas.

Una mujer política es una mujer que ha tenido que vencer muchas discriminaciones para ganarse el derecho a participar; porque ¿qué democracia podría ser auténtica si no participan las mujeres? Han tenido que luchar contra ellas mismas, autoafirmarse. Contra la cultura que las condena solo a reproducir los roles asignados por la sociedad, que las culpabiliza con la idea de que “la mujer es de su casa” y que “la política es cosa de hombres”, aunque sus derechos paritarios ahora consten en la Constitución, gracias a las luchas de otras valientes mujeres que pelearon en la Asamblea Constituyente de Montecristi. A veces han tenido que enfrentarse a sus propias familias para hacer valer sus aspiraciones. Han tenido que levantarse –les ha costado el triple que sus compañeros– para reclamar y validar su voz.

Han tenido que demostrar al mundo que tienen ideas y proyectos, que quieren hacer algo por la sociedad en que vive. Y a esas mismas mujeres los machos cavernícolas que asolean el periodismo, la política y otros ámbitos de poder del corral masculino, suelen rodearlas de insultos, de dudas y vacilaciones sobre su valía, denostándolas públicamente y burlándose de su cuerpo, de su gordura, de su culo, cuando no comulgan con sus ideas.

“No entra en la silla la gorda”. “La gorda estaba a punto de caerse de culo”.

Qué lamentable esta frase de un conocido periodista local que atribuyó a un expresidente, contada con irrespeto y burla sobre el cuerpo de una mujer. También el hacerse eco de videos porno, desmentidos como falsos por la agraviada, para desacreditarla públicamente y afectar su honra, pues según la vindicta pública machista: “La mujer no solo debe ser honesta, sino parecerlo”.

¿Cuándo hemos visto invadida la privacidad íntima y sexual de un prefecto, alcalde o asambleísta? Y, de remate, vapuleado el derecho a la honra sin ningún escrúpulo y en plan burla. Claro, eso solo pasa con las mujeres. No importa si lo dijo hoy o ayer, siempre será lo mismo.

Las ideas de las mujeres políticas no importan, con ellas hay que fijarse si están gordas o no, si son bonitas o no, y si son bonitas seguramente son “putas” o “tontas”.

Solo recordemos con qué impunidad el expresidente Abdalá Bucaram se refería a las mujeres políticas que no coincidían con su credo: “prostitutas, drogadictas, degeneradas, ratas”. ¿Si hubieran sido varones hubiera dicho lo mismo? Estas declaraciones de odio que alientan el feminicidio y que no generaron ningún ruido a la oficialidad, quiero creer que fueron pasadas por alto, porque Abdalá es Abdalá, y todos sabemos lo que se puede esperar cuando el inodoro se desborda.

Muchas de nosotras hemos optado por jalar la cadena y dejar correr el agua. Este no es el camino.

Seguramente que habrá algún desubicado que salga con el trillado argumento de que otro expresidente fue peor, pretendiendo justificar lo injustificable. Nunca estará bien de parte de nadie desacreditar a una mujer por su cuerpo. Siempre hay que rebelarse y poner las cosas en su lugar.  Se hace la diferencia cuando desde el interior del mismo movimiento político se discuten abiertamente estos conceptos y se pelea tan fuerte por ellos, que incluso, trascienden estas diferencias hasta la opinión pública. Cosa que dudo que pase en otras tiendas políticas tradicionales.

Las mujeres seguiremos siendo maltratadas, en el mundo privado y en el de la política, mientras no se censure, se acuse, se ponga en valor el tamaño del crimen normalizado que vivimos por figuras públicas supuestamente representativas; mientras las mismas mujeres no seamos conscientes de las agresiones, de los micro-machismos cotidianos, mientras no nos defendamos juntas. La sororidad exige solidaridad y apoyo contra la violencia estructural perpetuada contra las mujeres que va desde la violación de la integridad en los medios y redes sociales hasta la violación en manada mediática o física que han sufrido muchas y que la sociedad cómplice calla.

Es hora de despertarnos, de elevar nuestra voz, de señalar con el dedo aunque nos lo corten.

FIN

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