Quito, 16 abr (La Calle).- El escritor chileno, Luis Sepúlveda falleció este jueves en el Hospital Central de Asturias, después de pasar varias semanas luchando contra el Covid-19.
A finales de febrero, Sepúlveda regresaba de un festival literario celebrado en Lisboa. Empezó a sentirse mal y se le detectaron síntomas respiratorios sin antecedentes. Días después, se confirmó que dio positivo para coronavirus.
Sepúlveda en Ecuador
Sepúlveda se definió como un escritor “profundamente rojo”. Su padre militó en el partido comunista chileno y su madre era una enfermera de origen mapuche. Estudió producción teatral en la Universidad de Chile y estuvo activo en la presidencia de Salvador Allende, ayudando en la producción de libros clásicos de bolsillo que se repartieron a los ciudadanos.
Apresado en la dictadura de Pinochet, Sepúlveda salió después de dos años y medio gracias a la ayuda de Amnistía Internacional. En 1979, apoyó a la guerrilla nicaragüense y después de la victoria fue a vivir a Alemania. Movido profundamente por la causa ecologista, formó parte de una tripulación de Greenpeace en los años 80.
Sepúlveda vivió en Ecuador y trazó profunda amistad con el escritor Jorge Enrique Adoum (1926-2009), quien le ayudó a tramitar un salvoconducto que lo libró de más de una redada por parte de la policía de migraciones. Cuando Adoum murió, en julio de 2009, Sepúlveda recordaría esa amistad en su columna de Le Monde Diplomatique:
En agosto de 1977 sentí que no tenía tierra bajo los pies (…). No podía quedarme en ninguna parte, eso era el exilio y, de pronto, en una calle de Lima vi a mi viejo amigo ‘Chiclayo’ Pérez junto a uno de los grandes escritores latinoamericanos: el ecuatoriano Jorge Enrique Adoum.
En cuanto supo que era chileno y de los jodidos, el autor de Entre Marx y una mujer desnuda me abrazó, y a partir de ese gesto nació una amistad que se prolongó en Quito primero, y luego en los encuentros en París, al amparo de la formidable hospitalidad de Jorge Amado y Zelia, o en los fax desteñidos por el tiempo.
Un día de agosto de 1977, desde un bar limeño, Jorge Enrique Adoum hizo varias llamadas telefónicas al Ecuador solicitando un visado, hasta que un funcionario de Relaciones Exteriores le pidió que, para ahorrar tiempo, le dictara él mismo las características del visado. Al día siguiente la embajada ecuatoriana en Lima me entregaba un salvoconducto absolutamente inusual, sobre todo si era emitido por una dictadura, la del general Rodríguez Lara, ‘El Bombita’, y que me autorizaba a residir en Ecuador durante todo el tiempo que considerase necesario. Además, aquel documento dictado por Adoum, adornado con varios sellos y firmas, invitaba a las autoridades ecuatorianas a dar todo tipo de facilidades al licenciado Sepúlveda, para el éxito de sus gestiones.
Desde aquel momento, el trato entre el autor de Los cuadernos de la tierra e Informe personal sobre la situación fue de Doctor Adoum y Licenciado Sepúlveda, pero en Quito, al calor de unos canelazos éramos El Turquito y Lucho, dos tipos que recorrían las cantinas quiteñas, amanecían entre los puestos multicolores de la Avenida 24 de Mayo, y con lágrimas en los ojos cantaban; yo quiero que a mí me entierren como a mis antepasados, en el vientre oscuro y fresco de una vasija de barro.
Obras
Entre sus obras están Un viejo que leía novelas de amor (1988), ambientada en la selva ecuatoriana y que le valió un éxito considerable. Figuran también Patagonia express (1995), Nombre de Torero (1994), Mundo del fin del mundo (1996), La sombra de lo que fuimos (2009), Historia de un perro llamada Leal (2016), El fin de la historia (2017). Su última novela fue Historia de una ballena blanca (2019), aunque antes de caer enfermo había anunciado una nueva novela sobre la generación chilena a la que perteneció.
Sus obras son el relato de las aventuras que vivió, de las cosas que miró y las personas que conoció. Es importante rescatar una frase que dijo en 2009 en una entrevista para diario El País y que define el corazón de su trabajo «La buena novela a lo largo de la historia ha sido la historia de los perdedores, porque los ganadores escribieron su propia historia y nos toca a los escritores ser la voz de los olvidados».