El “anti-correísmo” como anestesia social: “por si acaso no soy correísta, pero…” (Opinión)

Por Sebastián Jarrín

Es la muletilla que han adoptado académicos, juristas, expertas, economistas, sociólogos y más profesionales al dar su criterio sobre diversas situaciones que ocurren en el país en estos últimos tres años: “no soy correísta, pero…” ¿Por qué pasa esto? ¿Qué ha llevado a tener esta suerte de miedo al momento de brindar un criterio técnico, no político, técnico? Pues bien, esbozando una respuesta me atrevo a decir que es esta narrativa instaurada desde el Gobierno de posicionar al debate político entre el “correísmo” vs. “anti-correísmo» con un fuerte componente moral, diferenciando lo bueno (anticorreísta) de lo malo (correísta), provocando una dicotomía separatista que deriva en discriminación.

En la era capitalista asistimos a un proceso constante de mercantilización de todos los aspectos de la vida: salud, educación, cultura, naturaleza, amor y hasta la persona misma. No es entonces de extrañarse que la política siga el mismo camino, y la sociedad, formada en los valores del mercado, acompañe ese proceso en silencio obediente, guiada por una mano invisible (en absoluto invisible).

En febrero de este año, se llevó a cabo la XV Cumbre Mundial de Comunicación Política. La tónica fue de asistir apara aprender sobre los cambios dados en la política, en los candidatos y en los votantes a raíz de la penetración de la tecnología en nuestro diario vivir. Como Polanyi ya lo decía en su libro La Gran Transformación, la alienación del ser humano es condición indispensable para que prospere una sociedad de mercado y la última barrera, al parecer, es poder descifrar nuestros deseos y emociones.

El Gobierno de Lenin Moreno en segunda vuelta de 2017 tomó como asesor a Antonio Solá, quien en la inauguración de la Cumbre declaró “hemos llegado a la época de la política como entretenimiento, a la era del politictainment”. Así, se construyó en Ecuador un politictainment carente de sentido y regido por 3 principios: 1) Quien se entretiene no se organiza, ni replica, ni protesta; 2) Lo que entretiene vende; y 3) Todo se vale para entretener.

Su máxima expresión es el discurso del “anti-correísmo”. Desde mayo del 2017 presenciamos el gobierno de la reinstitucionalización por medio de la descorreización, de la democratización del “sistema político autoritario del correísmo” y de la lucha contra la corrupción correísta. La alianza desde el primer mes de gobierno con los medios de comunicación abrió la puerta a la repetición permanente de este discurso en medios de prensa escritos, noticieros, programas de opinión, radios y sumado a una suerte de hartazgo en el estilo confrontativo de gobernar de Correa, nos mantuvo como país entretenidos, anestesiados ante una serie de actos arbitrarios.

Esta anestesia permitió que como país, consicente o inconscientemente, dejemos pasar una serie de eventos que prometían descorreizar el Estado: nombrar a dedo a un Consejo Transitorio que a su vez, nombre a TODAS las autoridades de control como son Fiscalía, Contraloría, Superintendencias, Consejo de la Judicatura, Consejo Nacional Electoral y Corte Constitucional, nuestro máximo órgano constitucional, que está a punto de reinterpretar un artículo de la Constitución (art. 422) para permitir la suscripción de Tratados Bilaterales de Inversión, lo que según nuestra Constitución requeriría una Asamblea Constituyente; la censura con 84 votos de 4 Consejeros del Consejo de Participación electos en votación nacional; una política exterior que rompió con el principio de asilo diplomático al entregar a Julian Assange, quien ahora enfrenta su posible deportación a Estados Unidos para según él, cumplir hasta 174 años de cárcel e inclusive la pena de muerte por revelar métodos de guerra estadounidenses. Y por si fuera poco, tenemos un Presidente que minimiza y normaliza la violencia sistémica hacia la mujer declarando que el acoso solo es de feos.

Todo esto sin mayor resistencia, puesto que el vínculo ya estaba establecido en la narrativa: quien protesta es correísta (malo), quien se opone es correísta (malo) y los correístas son corruptos, ladrones, mentirosos. Sin embargo, la narrativa se fracturó poco a poco hasta que llegó octubre del 2019. Allí se demostró que el correísmo no era la única oposición al Gobierno y que el país atravesaba una realidad que sobrepasaba el discurso correísmo – anticorreísmo. Como muestran las encuestas actuales de Click Report, 63% está preocupado por la posibilidad de caer en el desempleo, 69% piensa que la situación económica es mala y 85% piensa que la situación estará peor, lo que ha relegado la corrupción a un segundo plano.

Y ahora la emergencia sanitaria por el COVID-19 demuestra la incapacidad de un Estado, denostado sistemáticamente durante 3 años, para actuar pues no cuenta con el presupuesto, el personal, ni las capacidades para responder y controlar la situación. Pero más importante aún, la emergencia nos permite palpar las injusticias y contradicciones de un orden mundial, aplicado por la necropolítica del neoliberalismo

Ahora mismo hay una lucha por configurar el futuro el mundo tras el COVID y escuchamos que la solución es flexibilización laboral, la reducción del Estado y la mira hacia los organismos multilaterales. Y claro, ese es el camino si queremos volver a la normalidad de un sistema individualista, autodestructivo e injusto. Pero es aquí donde, como país, debemos hacer el esfuerzo colectivo para deconstruir narrativas (correísmo vs anti-correismo), solo así podremos generar un horizonte de país, en lo económico, pero también en lo cultural y en lo social. Pero sobre todo, para re politizar la política, que sea una construcción permanente y colectiva.

De no hacerlo, asistiremos como ya lo está haciendo Latinoamérica entera, al triunfo de una narrativa de derecha neoliberal, racista, fuertemente enmarcada en principios religiosas y sin ninguna vergüenza de violentar derechos humanos y principios democráticos. Para verlo, basta dar un vistazo a lo ocurrido en Bolivia, Chile, Colombia, Brasil, Estados Unidos.

Romper con el miedo impuesto por la narrativa del anticorreísmo debe suponer una de las principales luchas que el Ecuador debe emprender si quiere romper con la corriente neoliberal y sus efectos que son tan bien conocidos a lo largo de la historia. Debe ser tarea de serranos y costeños, amazónicos e insulares, jóvenes y viejos, trabajadores, desempleados y empresarios, movimientos feministas, estudiantiles sindicatos, ecuatorianos e imigrantes. Y no soy correísta, pero…

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