Alexis Ponce
… No votaría por quien Vargas Llosa y Bayly llaman a votar desde el cinismo 5 estrellas: prefieren el Fujimorismo a que gane cualquier «comunista».
Durán Barba, asesor inefable, cita lo mismito pero con menos huachafería. Es la matriz del «prefiero que gane cualquiera, a los chavistas, terroristas y comunistas», que repiten los trolls «libertarios» de Colombia, Brasil, Ecuador, Perú y EEUU, hasta que el ignorante (siempre pobre y vulnerable) se lo cree.
Hasta Moreno, antes de irse riendo de los 56 mil muertos inusuales, fue diciendo la muletilla: «Que el Perú no sea otra Venezuela»: en concurso de canallas gana Ecuador de largo. Por lo menos Mario Vargas Llosa escribía bien, antes de volver anodina su literatura, pero ‘El Padrino’ local, cuyo asesor se le «suicidó» la víspera de irse, lee cosas que solo le aplauden los que tienen peor gusto que él.
Volvimos a los ’60: el esófago manda tras los bombazos en las iglesias de Cuenca. Pero yo, si fuera peruano, aunque sea en blanco-mestizo votaría, pero no por la canalla que clama: «Fujimori y Montesinos son preferibles», como cita el autor de la otrora novela anti-fujimorista «Las cinco esquinas, ahora con tal de que no gane «el profesor senderista».
En 1992 defendí mi primer refugiado peruano, torturado allá por el Montesinismo, amenazado ahí por los polpotianos, y amenazado y torturado en el Ecuador hipócrita de siempre que todo olvida. Me trató de enseñar a preparar papa a la huancaína cuando lo ayudé a que se fuera volando a la Europa nórdica o Costa Rica con tal de que no volviera al Perú de Fujimori y Montesinos que fue la pestilencia más desagradable y grave sucedida en los Andes antes de Uribe, y que convirtió la prensa chicha en modelo regional que hasta hoy subsiste.
Se lllamaba Alberto el humilde refugiado «peruano del Perú, perdonen la tristeza», que me dejó de sencilla despedida, que mis hijas, más tarde, chiquitas preguntaban viendo en la mesita del centro: un adornito de madera con monitos de Nazca. Aprendí luego a preparar el ceviche peruano con limón hasta cocinar el pescado y la tristeza, juntándome a exiliados peruanos que huían del senderismo y del fujimorismo, a los que defendí tras ser secuestrados y torturados con cal viva, en plena guerra del Alto Cenepa, mientras los pacíficos ecuatorianos pintaban «Haz patria, mata un peruano» en aquellos años cínicos como Hernando de Soto y duros como el huayno «La Flor de retama».
Más tarde, en la grisácea Lima pecadora, en los fugaces brazos de una amada peruana, mi «Tapada» de clase alta y culta como militante de danza griega y adoradora de Zorba en Mirafores, aprendí a preparar (no se reirán las huestes de Gastón Acurio) «el tiradito a la limeña».
Nunca temió decir en alta voz en los chifas pitucos, que hicimos la paz y el amor mejor que ambos pueblos, y que la izquierda caviar era igual o peor que la derecha que aplaudía a Fujimori.
Por mi parte le leí el capítulo: «No oirás a Mercedes Sosa», de los anodinos ‘Cuadernos de don Rigoberto’ y le dije que Susana Baca, mi Vallejo y la Chabuca que cantó a Javier Heraud, eran con ella mi emblema bicolor, mi traición patria: Ella mi blanca, yo su rojo, como Manuela Sáenz antes de Paita recibiendo a Melville. Más tarde mis gigantes hermanos que un día conocí: Héctor Béjar y Hugo Blanco, me conciliarían para siempre con el Perú heroico de un día.
Que llamen a votar por Keiko, los keikos pitucos de Lima y los ekekos de mala muerte de Quito. Ya no tendrán tiempo de aprender quién canta los mejores huaynos del mundo y quiénes bailan con tanta elegancia la mejor marinera del planeta.
Ella me recitó (cantar ya no fue necesario), «Cardo o Ceniza», y encima era abogada. Se llamaba… ¡eso no se dice, carajo! y me dejó su burgués reloj Fossil de pulsera rosa en la mesita de noche, en el hotel ‘de la Jai’ al que no volveríamos nunca, reloj con el que dormí puesto las restantes noches seguidas como premio a la mala hora en que fui a reinterpretar la impresionante frase leída al Abimael Guzmán en los ’80 y que Ella la transformó en consigna perpetua de mi guerra impopular y prolongada: «Llevaré mi vida en la punta de tus dedos».
Por ahora, huestes de La Tigresa y Montesinos, aprendan lo que no leerán jamás en la prensa chicha de Sudamérica. Lean lo que dice el New York Times, después hablamos: