Por María Isabel Burbano / @rizossalvajes
Hay una sutil, pero enorme diferencia entre las ruinas y los escombros. La historia y antropología, en la época moderna y contemporánea, han develado la grandeza de civilizaciones en tiempos pasados. Un ejemplo de ello son las ruinas de la ciudad romana de Pompeya, calcinadas para la eternidad debido a la potencia del Vesubio.
O las ruinas de Machu Pichu, una clave para descifrar al vasto imperio inca del cual también somos parte. Ruinas mayas, aztecas, olmecas, vikingas, griegas, egipcias. Necesitaríamos más tiempo para nombrarlas a todas.
La RAE define a los escombros como un “conjunto de cascotes y desechos que resultan del derribo de un edificio o de una obra de albañilería”. No tienen nada de importancia para entender a la humanidad y su pasado.
Cuando se derrumbe el castillo de Greyskull, el lugar donde duermen y conviven los cadetes de la Escuela Superior de Policía no quedará nada grandioso por contar. Serán los escombros de la inoperancia de un Gobierno que cree que demoliendo edificios se crea la justicia ¡Que poca noción de cierre tienen Lasso y sus acólitos! Como si hacer polvo un edificio va a hacer que Elizabeth Otavalo recupere a su hija, que su hijo recupere a su madre o que el teniente Cáceres se entregue voluntariamente.
¿Acaso los restos de Greyskull harán que la gestión corrupta de la Policía mejore de la noche a la mañana? ¿Que sus oficiales y cadetes dejen las fiestas clandestinas y el alcohol? ¿Que los agentes de control hagan valer las boletas de auxilio que cientos de mujeres tienen que pedir y que aun así no sirven de nada? ¿Acaso demoler el castillo hará que dejen de golpearnos, violentarnos o matarnos?
Las ruinas y los escombros tienen una sutil diferencia. Ahora el Ecuador vive un período entre escombros. Polvo por todos lados, inoperancia, omisión y desidia. Elegimos dejar el camino de las ruinas y terminamos enterrados bajo los escombros de un Gobierno que no tiene la más mínima idea de cómo cerrar sus heridas.