Por: Omar Jaén Lynch
Periodista y docente universitario
Estamos a puertas de la semana más importante de nuestra historia como país. Lo que ocurra entre el lunes 23 y el domingo 29 de marzo puede cambiar el futuro de este terruño de 17 millones de almas. Están en juego vidas (de ciudadanos y doctores), la economía y la cohesión como sociedad. Hay que estar conscientes de que en los próximos días tendremos más casos positivos de Covid-19 y posiblemente más fallecidos. Pero también nos permitirá empezar a notar si las medidas de prevención aplicadas por el Estado dan resultados. Lo preocupante es que en la previa solo se ven nubarrones.
Las últimas 48 horas (este texto se escribe a las 22:24 del sábado 21 de marzo) han reflejado lo que temíamos: empieza a colapsar el sistema de salud. No son 2, 3 o 10, son decenas de doctores que alzan su voz de protesta por la falta de insumos para enfrentar la pandemia. Van, al menos, 24 galenos infectados. Las casas hospitalarias públicas se empiezan a abarrotar y la reacción es lenta y confusa.
Este sábado acaba de renunciar Catalina Andramuño como ministra de Salud. Su paso por esta cartera de Estado será recordado por la incapacidad para enfrentar una enfermedad de la que teníamos conocimiento hace dos meses, de la que sabíamos lo que provocaría, que ha provocado el colapso de China, Italia, España, entre otros. Lo supimos, lo vimos por streaming, pero llegó y nos zamarrea.
Estas líneas no son para defender a Andramuño -quien además nunca tuvo los dotes para comunicarse al país-, pero vale examinar lo que indicó en su carta de renuncia. En ese documento reveló que “los postulados técnicos y médicos para enfrentarla no encontraron eco en muchas instancias del Gobierno”. Denunció que le fueron impuestos funcionarios en el Ministerio que “no tienen conocimiento de salud publica y de la realidad frente a esta situación”.
Pero lo más grave es que reveló que el Ministerio de Finanzas no ha asignado los recursos para enfrentar la crisis sanitaria. Horas más tarde saldría Richard Martínez a intentar apagar el fuego, pero la hoguera está encendida. Ante los ecuatorianos se presenta un escenario tétrico: Enfrentamos una guerra solo con palos y piedras.
Más allá del cruce de tuits, aterra pensar que en medio de una crisis sanitaria la política amenaza nuestras vidas. Y me centro en la política de Carondelet porque incluso los correístas y la Conaie han guardado silencio en los últimos días.
Los conflictos casa adentro en Carondelet nos pueden pasar una alta factura. Hemos sido testigos la última semana de una especie de reality show en el que Otto Sonnenholzner y María Paula Romo batallan por el cariño de las audiencias. La vocería de la crisis es una competencia palmo a palmo entre quienes quieren figurar pensando en las elecciones de 2021 y otros que buscan salvar en algo su hoja de vida después de ser miembros del gobierno con las peores cifras de aprobación y aceptación desde el retorno de la democracia.
Resulta lamentable palpar que en el gobierno se aborda esta crisis con los intereses políticos puestos en la balanza. Que lo diga María Paula Romo quien no pierde oportunidad por desmerecer y minimizar las propuestas de Jorge Yunda, quizás el único alcalde que ha estado a la altura de esta crisis. Por cierto, a la “mesa de chica” de Gobierno les advierto que entre más intentan opacar al “Loro”, más lo convierten en presidenciable.
Y cómo olvidar lo ocurrido en Guayaquil, en donde su alcaldesa -violando normas y tratados internacionales- cerró la pista de un aeropuerto a un vuelo humanitario. Se esperaba que la ministra encargada de la seguridad nacional dijera algo, pero qué iluso fui al pensar eso.
Temo que esta situación no variará. La pelea en el círculo de Lenín Moreno (sí, aunque no lo crea sigue siendo presidente, al menos de título) no cesará y los efectos se sentirán en el sistema público de salud en plena crisis. Espero equivocarme.
La vacuna contra el Covid-19 llegará en unos meses, me preocupa que no haya inmunización contra la peste que se propaga desde Carondelet. (O)