Inevitablemente cuando pienso en la amistad, se agolpan en mi mente rostros cercanos a los que no me canso de mirar y amar; rostros lejanos, extraviados rostros, pero cuyas acciones y palabras oportunas dijeron como a Lázaro: levántate y anda, cuando el alma se encontraba paralítica y triste, rostros de auténtica hermosura que sin proponérselo aún siguen cosechando las semillas que sembraron un día, como el agricultor generoso que a su paso fue preñando la tierra de rosas y narcisos.
Un amigo es un agricultor en el corazón cósmico de la tierra, siembra las parcelas henchidas y palpitantes del alma, aquellas que ansían reflejarse en la mirada del otro para reverdecer y madurar.
Un amigo recoge los frutos de la vida, dulces o amargos, y los comparte.
La amistad es el milagro que se produce cuando entre millones de seres que pueblan el planeta dos personas sintonizan una misma frecuencia, gravitan en la identidad de sentimientos, y en la banda misteriosa del afecto surgido, las ondas de una comunicación real nutren el corazón de ambas, en un diálogo que jamás termina, aunque físicamente no estén juntos.
Compartir es la clave de la amistad. Es el concierto, el festín de notas que se produce cuando dos espíritus unidos por ideales comunes, por metas parecidas, por los mismos sueños, se encuentran.
Un amigo es como un hermano, pero a veces es mucho más que eso, porque a un amigo lo elegimos, optamos por él, y solo la medida de nuestro compromiso, la ración diaria de la voluntad y el afecto harán que esa relación crezca hasta convertirse en la liana indestructible de una amistad sólida capaz de resistir el formidable peso de los tiempos.
Los verdaderos amigos, aquellos que no se esconden bajo las frazadas del interés o el disimulo, son como los tesoros, difíciles de hallar, raros; pero una vez que los encontramos, somos ricos para toda la vida.
En un mundo donde la hipocresía, la traición y el absurdo es parte del juego cotidiano, donde es menester que nos disfracemos cada día con sonrisas y gestos incoloros, cortesías de salón y palabras insípidas, un amigo nos rescata, nos salva del naufragio del olvido con un afecto tan reconfortante como abrigo en alta mar.
Un amigo es aquel que nos dice apóyate en mi hombro, crece conmigo. Ser amigo es ser auténticos sin sentirnos débiles, ser nosotros mismos sin miedo al rechazo; vernos con los ojos amorosos con que nos mira Dios, vencer la ilusión de la separación y ser solo uno en el corazón germinante del mundo.
Pensadores y poetas como Aristóteles, Cicerón, Shakespeare, Emerson, Neruda han escrito profundas y dignas palabras sobre la amistad.
Pero, qué ocurre cuando un amigo muere. Yo diría nunca muere pues está vivo en la honda nostalgia del amigo, vive a través de aquel.
La amistad es la base del amor, la más eterna.
*(Con gratitud para mis amigos, ellos saben quiénes son )
Sobre la autora
Aminta Buenaño es una destacada escritora ecuatoriana, diplomática, editorialista y profesora universitaria. Máster en género, Univ. Rey Juan Carlos, Madrid. Cuenta con una formación en lengua y literatura española, así como estudios en género y comunicación cultural, ha dejado una huella significativa en la literatura y la política de su país. Su extenso catálogo literario incluye relatos, cuentos y periodismo literario, y ha sido reconocido tanto a nivel nacional como internacional. Además de su carrera literaria, Aminta ha sido asambleísta nacional, vicepresidenta de la Asamblea Constituyente y embajadora en España, Nicaragua y Barbados. Su enfoque en la igualdad de género y su incansable lucha por los derechos sociales han dejado un legado inspirador y significativo en la sociedad ecuatoriana. Con una mente abierta y una pluma valiente, Aminta continúa siendo una voz importante en la literatura y la diplomacia, compartiendo su sabiduría y perspectiva con el mundo a través de sus escritos y colaboraciones actuales.