¿Cuáles son los derechos de un muñeco de cartón? | Editorial

«El arte no es un espejo para reflejar la realidad, sino un martillo para darle forma»
Bertolt Brecht

En Ecuador, la violencia ha dejado de ser un dato frío en las estadísticas para convertirse en una rutina insoportable. Las calles son escenarios donde la tragedia se representa en tiempo real: cuerpos colgados, vidas truncadas y familias deshechas. Sin embargo, parece que lo que más escandaliza a ciertos sectores es una figura de cartón que cuelga en protesta. Como si el símbolo fuera más perturbador que la realidad misma.

La capacidad para elegir en qué indignarse se ha convertido en una especie de deporte nacional. Las voces más sonoras se elevan cuando el arte transgrede, cuando el símbolo remueve conciencias, cuando se sienten aludidos. Mientras tanto, el verdadero escándalo —la pobreza extrema, la corrupción y la violencia cotidiana— se tolera como un mal inevitable.

Jean-Paul Sartre nos recuerda que «el hombre es responsable de lo que hace con lo que hicieron de él.» Esa responsabilidad, sin embargo, parece evaporarse cuando se trata de la clase política ecuatoriana, tan cómoda en su indiferencia, tan ágil para señalar a los demás, pero incapaz de mirarse en el espejo de su inacción.

El arte nunca fue diseñado para consolar ni para adornar, mucho menos al poder de turno. Existe para mostrar lo que duele, para hacer visible lo que preferiríamos ignorar. La figura de cartón es solo un recordatorio incómodo de una verdad mucho más aterradora: el abandono estatal, la falta de humanidad y el colapso moral de quienes detentan el poder.

Los gobiernos autoritarios han temido siempre a los artistas porque saben que el arte desarma mentiras mejor que cualquier discurso político. Controlar el arte es un intento de controlar la narrativa, de moldear la memoria colectiva. Pinochet quemaba libros con más entusiasmo que lo que invertía en tanques, porque sabía que las ideas son las únicas balas que nunca pierden su carga.

Discutimos sobre el arte porque es más fácil que enfrentarnos a lo urgente. Mientras se debate la estética de una figura simbólica, el país se desangra. Los niños siguen sin acceso a alimentos ni educación. Las familias se hunden en la desesperación. Las calles son escenarios de violencia diaria. Si esa realidad no es suficiente para encender nuestra indignación, entonces el problema no está en el arte, sino en nosotros. Parece que hemos decidido perder batallas antes de siquiera darlas, como si aceptar lo inaceptable fuera parte de nuestra genética social.

El arte nunca fue el problema. Las figuras de cartón no matan ni destruyen vidas. El verdadero ultraje es la indiferencia institucional, la burocracia paralizante y la deshumanización progresiva que convierte en rutina la violencia, la corrupción y el dolor ajeno.

Si nos conmueve más una obra simbólica que los cadáveres en las calles, es momento de cuestionarnos seriamente. No se trata de proteger un arte intocable, sino de entender que el arte existe precisamente porque la realidad necesita ser confrontada. Como dijo Picasso, «el arte sacude el polvo del alma.»

La memoria es frágil, pero el arte la hace duradera. El escándalo real no está en los símbolos de cartón, sino en el Estado que permite que el país colapse mientras se preocupa más por la apariencia que por la acción. La única revolución posible es la que comienza cuando dejamos de temerle a la verdad y empezamos a exigirla.

La esencia de los espacios alternativos

Fernando Cerón, presidente de la Casas de la Cultura, expuso en entrevista para La Calle los retos que enfrenta el arte hoy en día. La precarización es el principal problema en el sector, mientras artistas extranjeros ganan más de USD 1.000 por su trabajo, los artistas locales apenas aspiran una tarifa mínima de USD 300.

Mientras el gobierno plantea proyectos de ley relacionados a los incentivos fiscales para la atracción de los grandes espectáculos internacionales, la industria ecuatoriana sufre el colapso de la crisis energética, pues las salas independientes y los pequeños teatros no cuentan con los recursos suficientes para la adquisición y el mantenimiento de una generador eléctrico.

El gobierno puede plantear la discusión sobre los límites de la expresión artística, sin embargo, no debe olvidar que la voz de la protesta social constituye una calificación crítica al rol del Ejecutivo ¿y si el Ministerio de Cultura también se pronuncia por la falta de asignación de recursos a su propio sector?

Apoya a Radio La Calle ($2,00)