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Crónica de un desalojo* | Opinión

Por: María Isabel Burbano / @rizossalvajes

*Este artículo mezcla sucesos de la realidad con partes ficcionales.

El inquilino de Carondelet camina con los brazos en la espalda. A paso lento recorre por última vez el espacio del despacho presidencial, sabe que esta es la última vez que lo verá. Después de su último evento y cuando se abra la puerta lateral del palacio, ese será el final. El oficial al menos. El final lo marcó el 16 de mayo pasado ¿o acaso fue antes? Tal vez su destino está marcado el 24 de mayo de 2021. Terminaría antes de empezar siquiera.

Sacude la cabeza. No es momento de pensar en nimiedades, las discusiones introspectivas profundas tampoco eran de su agrado. Suspirando se encaminó a la puerta del despacho. Echando un vistazo final, la cerró tras de sí. A medio camino entre la oficina y las gradas se encuentra con María de Lourdes ¡nadie más leal que ella! siempre acompañándolo por doquier. No hubo viaje que se perdiera en estos 900 días.

Ayudado de su esposa y edecán, baja las escaleras. Un grupo de jóvenes y parte de su gabinete lo esperan en el centro de la planta baja. El programa de becas de maestría Fortalécete 2023 es su última obra, una buena acción que pueda borrar la destrucción. Aunque él lo ignora. Para el inquilino de Carondelet, hizo el trabajo con creces, para el nuevo expresidente, Ecuador le queda debiendo.

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Ecuador fabrica presidentes. De 1997 a 2007 fabricamos presidentes en masa. Siete en 10 años. De 2007 a 2023 sacamos cuatro al mercado y aunque se apostó porque el gobierno Lasso tendría problemas, nadie imaginó la debacle que surgiría al poner a un banquero en Carondelet. Inseguridad disparada, el miedo y la desconfianza se apoderaron de nosotros como si de una epidemia se tratase.

A pesar de que con la vacunación contra el Covid-19 todo parecía marchar bien, el neoliberalismo se impuso y lo siguiente que supimos es que lo urgente terminó en el olvido y que lo necesario se volvió irrelevante. Todos perdimos, los campesinos, los trabajadores, los indígenas, las mujeres, los olvidados, los marginados. Ganaron los bancos y la empresa privada, una jugada ganadora para alguien – como el expresidente Lasso – que no tiene nada que perder. En realidad, lo ha ganado todo. Una buena posición social, una fortuna nada despreciable y la banda presidencial. El inquilino de Carondelet se ha ganado también el repudio de los ecuatorianos a pulso. Cada decisión o indecisión aumentaba más la decepción del pueblo.

A eso se le suma las presuntas acusaciones de corrupción y omisión en su contra que lo llevaron a un juicio político en la Asamblea Nacional y la decisión de decretar la muerte cruzada. La suerte estaba echada y si Lasso caía iba a arrastrar a sus contrarios con él.

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Horas antes, en otro punto de la ciudad, el novato de Carondelet alisaba nerviosamente su traje y volvía a comprobar en el espejo si su corbata no estaba desaliñada. Su joven esposa le ponía una mano en el hombro para tranquilizarlo. En el brillo de sus ojos se advertía su orgullo. Él también es joven, no llega ni a los cuarenta años, sin embargo, sabe que es un día especial. Que los destinos de 18 millones de personas están sobre sus hombros y sus decisiones hundirán o mejorarán la situación del Ecuador.

Para el novato la política no era extraña. Creció acompañando a su padre en sus recorridos por el Ecuador durante las campañas presidenciales en las que fue candidato. Nunca llegó a la presidencia, pero su vástago consiguió el deseo del progenitor. Una de las familias más ricas de este país ha ingresado al campo político, uno de los pocos que faltaban por explorar.

¿Qué significa esto para el país? Aún no lo sabemos, aparecerá con el pasar de los días cuando Noboa y su equipo desarrollen el plan de trabajo. Salvar la economía debe ser la prioridad del Ejecutivo en estos momentos de grave crisis. USD 170 millones le quedan en la caja fiscal al novato. Tendrá que haber una organización de prioridades para gastar en lo verdaderamente importante.

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El inquilino de Carondelet se encaminaba a paso lento por la alfombra roja y aunque los focos y los flashes estuvieron sobre él, la curiosidad duró un momento. Iba a entregarle la etiqueta de inquilino a alguien más. Él ya no era importante.

Decidió, por eso mismo, hacerse notar. Llegó 10 minutos tarde de lo previsto, el presidente del Legislativo rompió el protocolo (a esas altura ya daba lo mismo) e ingresó al hemiciclo con el novato y su esposa. Sus pequeños hijos (la niña es del primer matrimonio de Noboa) lo acompañaron. Álvaro Noboa Jr. se robó el show en la alfombra roja tomando de la espada a un escolta para evitar caerse y caminar al ritmo que marcaba su madre.

Cuando Lasso (finalmente) llegó al Pleno, solo pocos asistentes se animaron a aplaudirlo. Los legisladores de la Revolución Ciudadana no se pararon mientras se dirigía a la mesa principal para acabar con su mandato de forma definitiva. Viviana Veloz, la primera vicepresidenta de la Asamblea no lo saludó, a diferencia de la nueva vicepresidenta Verónica Abad que se acercó efusivamente a él. Apretón de manos rápidos con Noboa y Kronfle para colocarse en el centro de la mesa.

La toma de juramento incluyó el momento esperado. El ex inquilino se despojó aparatosamente de su banda presidencial, que quedará como recurso de su paso por el puesto más importante del país. Compungido, aguantó como pudo la escucha de Noboa y su potente sí juró. El presidente del Legislativo lo invistió con el tricolor. La señal inequívoca de que era hora de su salida. Pocos aplausos y la frase “Lasso nunca más” acompañaron la salida de un mandatario que no pudo ser más que un extraño en Carondelet.

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