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Chalecos amarillos, dos años de combate en Francia – Opinión

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Carlos Guevara Ruiz
Carlos Guevara Ruiz

El 17 de noviembre del 2018 apareció el movimiento social de protesta más importante que se haya visto en Francia desde el mayo del 68. Multiforme y espontáneo, el movimiento de los chalecos amarillos comenzó como un rechazo al impuesto sobre los combustibles; siguió con la restitución del impuesto a la fortuna y terminó pidiendo la renuncia del presidente Emmanuel Macron.

Luego de semanas de protesta y de violentos enfrentamientos con la policía, el gobierno retrocedió en su pretendida reforma; sin embargo, la respuesta gubernamental no logró apagar la mecha encendida por la protesta. Los chalecos amarillos continuaron saliendo a las calles cada sábado durante el invierno del 2018 y todo el 2019.

En el 2020 la protesta ha sido atemperada solo a causa del confinamiento por la Covid-19. Las masivas manifestaciones del movimiento dieron la vuelta al mundo y aun se debate sobre su naturaleza, sus formas de acción, sus actores, sus consecuencias y los ecos del movimiento en otros contextos. ¿Qué queda de los chalecos amarillos dos años después?

Si bien los chalecos amarillos no han vuelto a protagonizar manifestaciones como las del 2019; algo de esa ebullición social es todavía perceptible en el ambiente. Para el movimiento de contestación al neoliberalismo quedan valiosas lecciones que sin duda alimentan la inteligencia colectiva de la lucha social a nivel mundial.

Tres lecciones que han alimentado la inteligencia colectiva

La primera

Muy a pesar de los devotos del fin de la historia, es que la lucha de clases es una realidad concreta. Mientras unos pocos amasan enormes fortunas, la gran mayoría -clases medias y populares- soportan el peso de la crisis económica. En este mismo momento, mientras el hombre más rico de Francia se convierte en la tercera fortuna del mundo, 9 millones de franceses viven en la pobreza. Cuando los chalecos amarillos demandaban la restitución del impuesto a la fortuna, derogado en los primeros días del gobierno de Macron, era una señal inequívoca de que las reivindicaciones del movimiento habían evolucionado en el sentido de la justicia social. El «presidente de los ricos» fue el apodo que le dieron a Macron y que seguramente será la marca de todo el quinquenio.

La segunda

Quedó comprobado que la protesta social «clásica» dirigida por una vanguardia sindical ha sido insuficiente para frenar a los gobiernos neoliberales. Hay que señalar que el movimiento de contestación en la calle no tuvo el acompañamiento de una huelga general conjunta de todos los sindicatos. Pocos fueron los episodios en que se vio una confluencia de sus luchas; este hecho se explica por la desconfianza reciproca mostrada entre los chalecos amarillos y la burocracia sindical y la clase política. De ahí que, sin dejar de ser problemática esta posición, la demanda de un referéndum de iniciativa ciudadana nos indica la necesidad de repensar los límites de la democracia representativa.

La tercera

Esta lección que podemos rescatar de esta larga secuencia de lucha social es que a los gobiernos neoliberales les acomoda bien el Estado de excepción. Lo pudimos ver en los momentos más duros de la lucha social y con mayor claridad durante la pandemia. Visto en retrospectiva tiene mucho sentido la forma en que el gobierno ha ido transplantando al derecho común las medidas que corresponden al Estado de emergencia. La oposición política, pero también las organizaciones sociales y organismos internacionales han observado con inquietud la deriva autoritaria, los casos de violencia policial y el recrudecimiento del racismo.

El camino electoral 2022 en Francia

Lo que pasa con los chalecos amarillos en Francia es sintomático de lo que produce en la sociedad la descomposición del modelo económico y de las instituciones que lo gobiernan. Es una evidencia también que la declinación de las elites económicas y políticas y el arribo de un gobierno popular no se efectuará con un simple apretón de manos. Hay que decir también que la bronca expresada en las movilizaciones probablemente se haya pasado de fermentación.

Quiero decir, que el resultado de este proceso en el marco de las elecciones generales es bastante incierto. Los chalecos amarillos despertaron fuerzas que no estaban en capacidad de controlarlas; tampoco era su obligación, pero sí de los responsables políticos. La única fuerza política que ha ofrecido una salida a la crisis democrática ha sido La France Insoumise al proponer la convocatoria a una Asamblea Constituyente. Programa ambicioso que debe vencer la desconfianza hacia los cuerpos intermedios sembrada en el sentido común por los chalecos amarillos y la entusiasta oposición en las propias filas de su familia política.

La experiencia en las revoluciones

Finalmente, si hay un pueblo que tiene experiencia en hacer revoluciones ese es el francés y todo puede ocurrir. Se viene un año preelectoral bastante complicado, creo que no estará libre de refriegas en la calle y en los medios de comunicación. Lo que resulte de las elecciones del 2022, con todo el fermento insurreccional activado por la secuencia de los chalecos amarillos en Francia, va a ser determinante para poder imaginar la «nueva normalidad» del mundo post pandemia. ¿Habrá una luz al final del túnel o la revolución deberá esperar para pasado mañana?

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