Por: María Isabel Burbano / @rizossalvajes
No soy muy asidua a leer novelas policiales, aunque debo admitir que paso un buen momento leyendo las que a mi parecer están bien escritas. Una de ellas es La serenata del estrangulador del estadounidense Cornell Woolrich. La premisa es simple, Prescott el policía es obligado por su jefe a tomar vacaciones tras un accidente. En el pueblo donde reposa un grupo de personas que inicialmente no tendrían una relación, aparecen muertas. El policía se embarca en descubrir al asesino mientras se enamora de una de las muchachas implicadas en el caso.
La historia, que en un inicio no parece tan interesante – te atrapa a medida que avanza la lectura. Las novelas de Woolrich están escenificadas y pueden adaptarse al formato audiovisual. Uno de sus cuentos se adaptó en La Ventana indiscreta de Alfred Hitchcock y la novela La novia iba de negro apareció en 1968 de la mano de François Truffaut. La serenata del estrangulador aterriza en la realidad ecuatoriana.
Aunque aquí ningún policía es el héroe detectivesco que pinta el autor en su historia. Aquí la policía es la mano asesina, el verdugo que estrangula hasta la muerte. Hablo del caso de María Belén Bernal, cuyo final está lejos de llegar aún con la captura de Germán Cáceres quien, con sus propias manos, llevó a su esposa a un encuentro no deseado con la parca.
A mí todavía me sorprende y aterra la capacidad de malicia en el ser humano ¿Qué pasó por la mente de Cáceres al tener a María Belén Bernal allí, pidiendo auxilio con la escasa voz que le quedaba, magullada por los golpes previos, esperando lo peor? ¿Vería el policía el terror en los ojos de la abogada y eso lo encaminó a quitarle la vida? El poder que la gente cree tener sobre los demás es un arma de doble filo. No sabemos con certeza qué es lo que harán con él.
Las preguntas que planteo solo las puede contestar el mismo Cáceres. Solo el policía puede explicar el terrible femicidio y de esa forma rendir cuentas a la justicia. Ahora está recluido en la Roca, prisión de máxima seguridad en Guayaquil y aunque las autoridades juran que solo el presidente Lasso tendrá acceso al detenido, siempre hay dudas. Para una gran cantidad de hombres en redes sociales, la acción de Cáceres fue un error, algunos hasta apelan a la presunción de inocencia. Nuestro sistema social defiende a los asesinos y nuestro sistema de justicia, si es que existe, funciona de forma lenta y muchas veces inútil.
Cáceres, el estrangulador (la autopsia de Bernal arrojó que murió por asfixia) no es una novela policial que nos divierte leer, es un espectáculo que nos avergüenza, en el que está involucrado la Policía (que quiere lavarse la cara y anunciar que atraparon a Cáceres cuando la policía colombiana y la Interpol participaron en la detención), la Fiscalía y el Gobierno que saca pecho por haber encontrado al femicida y así poder darle paz a la familia Bernal.
No sabemos cuando empezará el juicio o cuando tomarán las declaraciones de Cáceres (si no es cobarde para declarar lo que sabe que hizo). Eso sí, tal vez allí sabremos un poco sobre la malicia humana, esos recovecos de las emociones que llevan a algunos a cometer actos atroces como estos y a otros a defender a capa y espada a los asesinos, en el fondo, compartiendo sus mismas convicciones y el mismo mal. A los demás, nos resta esperar. Paciencia.