Por: Alexis Ponce
Hoy, en junio de 2023, en que el símbolo que la ultraderecha usara como un insulto, ha sido tomado para sí, exitosamente convertido en metáfora tierna y humorística por el cambio electoral, tras una pesadilla de 6 años con 50 mil muertos por pandemia, privatización de bienes públicos de todos los ciudadanos y una ola de inseguridad y narco-corrupción bancaria que ha llegado a límites vergonzosos, vale la pena recordar esta breve memoria histórica sobre el término “borregos”, acuñado en la Colonia y heredado por los terratenientes para insultar y ofender a los más pobres y los más vulnerables.
En la actualidad reciente (“reciente” al no sobrepasar 15 años de su utilización reiterada, a manera de martillo-pilón, en las redes sociales más conservadoras y de extrema derecha), el Ecuador vio cómo esa palabra: «borrego», fue asumida como término cuestionador y burlón contra la Revolución Ciudadana, y contra todas y todos quienes la apoyan, aunque sean millones y millones de personas.
Históricamente el término apareció en este país como insulto y mofa usada por los grupos sociales más conservadores, especialmente de la Sierra y los defensores del statu-quo, contra quienes se alzaban.
Así, por ejemplo, en las reseñas históricas, «Indios borregos» aparece como el dicho predilecto de terratenientes, o de la población blanco-mestiza de las ciudades castizas (verbigracia: Ibarra, la «ciudad blanca», título surgido en antítesis a «la ciudad de los indios» -Otavalo-) y de los pequeños propietarios -que siempre se creían grandes- en su parroquia y en la nación.
En el lenguaje heredado por las costumbres, no se recuerda esta tradicional carga racista arrastrada desde la colonia en el léxico. «Indios borregos» en el siglo XIX ya se usaba para etiquetar a «los indios borregos de Daquilema». Y éstos eran nada menos que los diez mil indígenas que se insurreccionaron en masa junto a ese muchacho de 26 años de edad, en Cacha, donde el diezmo españolete, herencia de los chapetones, aún le era cobrado abusivamente al pobrerío por los arrogantes funcionarios mestizos del régimen de ‘el santo del patíbulo’ («Parece paloma blanca, parece García Moreno», decía una nana infantil de la época).
«Indios borregos» es el insulto a los indígenas durante los numerosos y sucesivos levantamientos que tomaron fuerza desde la década de los 90; «borregos» es el término castizo que se usó contra los obreros que se juntaron y alzaron contra la plusvalía, los industriales y empresarios de las cámaras en la inicial configuración del poderoso movimiento obrero organizado en el cordón fabril de Quito en los 70, y -sobre todo-, en las emblemáticas huelgas nacionales obreras de los 80.
El término «borrego», por lo tanto, es una construcción cultural y social, que va haciéndose parte del léxico y la mentalidad nacional a lo largo de décadas; no es una palabra surgida de la noche a la mañana, sino que se fue amasando, como otra: el infame vocablo «roscas», en el siglo XIX y XX esgrimido por los señores de hacienda, luego por la clase media serrana y, al final, por el mismo pobrerío aindiado de las ciudades, para referirse a los indígenas del campo y al migrante de la comunidad en las capitales.
Recuerdo muy bien que con el término ovejuno, los chicos conservadores de mi colegio, los profes conservadores del ‘Mejía’ y los policías de la época (redundante decirles conservadores), intentaban ofender a los miles de muchachos del plantel que rompían gustosamente el contrato social del conformismo -más las puertas del establecimiento-, y que salían en ríadas a ‘las bullas’, a protestar contra el gobierno transicional del capitalismo del Estado gendarme al capitalismo neoliberal, de Oswaldo Hurtado; ó contra el sangriento régimen de León Febres Cordero. Así les etiquetaban a los miles de muchachos: «¡Los que salen a bullas son vagos y borregos del Ponce!» (fui dirigente estudiantil en aquellos años); ó «los borregos de la R» -nuestro frente secundario en ese entonces-.
Era una referencia bastante primaria, por cierto, pues pretendía hacer creer a la gente (ya se auto creían previamente los mismos que lo decían) que todo aquel que protestaba o apoyaba toda rebeldía anti-sistema, era porque asumía un parecido obediente -«¡y comunistas, además!»- a aquel animalito afelpado, lanudo y bíblico -¿Sería porque íbamos ‘como ovejas al matadero’ febrescorderista?-.
La pregunta, poco evidente, porque nadie se la hizo públicamente, es: ¿Y será que en el actual uso curuchupa, derechoso e injuriante de este término en el Ecuador, sobre todo en la red social, hay -como lo intuyo- una desconocida y atávica costumbre conservadora, heredada de los latifundistas serranos contra el resto, para endilgarle al adversario una ‘ovejera condición innata’ que tiene su origen, nacionalmente hablando, en la incapacidad de creer que el otro se mueva por ideas y no por plata, sánduches o colas? ¿O como decían desde los tiempos de la Guerra Fría los anti-comunistas de la clase media a los guambras que a fines de los 70 nos iniciábamos en la lectura de Marx, Rimbaud, el Che y la preparación de la molotóv: «¡Los izquierdistas les lavan el cerebro!»?
De Noam Chomsky aprendí que las palabras tienen un origen y una razón de ser, que hay que buscarlo y hallarla, que cada palabra, especialmente aquellas que damos por hechas y de uso ‘normal’, tienen una carga cultural insospechada, y que las palabras que usas encierran tu ideología: la manera de pensar, primaria o compleja, se delata siempre en la manera de hablar y, sobre todo, en la manera cómo tratas al adversario. ¿Dices que no eres facho, ni racista, ni xenófobo, ni machista, ni enfermizo odiador, ni homofóbico, ni aporofóbico (aquel que desprecia a los pobres), ni discriminador? Primero óyete, o léete cada tuit y cada post que pones de patológico rencor a la Revolución Ciudadana.
Bien, pues: ahora les invito a imaginar cómo habla ahora el arriba, la derecha, el poder, los neofachos y los trolls de Villavicencio, Topic y Otto en las redes sociales de los extremistas de derechas.
El resto es sólo cosa de darse cuenta nomás: de la triste pobreza conceptual que inunda a la derecha y la oligarquía del Ecuador. Todo el debate, de un país entero, inculto y curuchupa (conservador) políticamente hablando, se define en ese lenguaje de odio contra el distinto, el opositor, el adversario, el hoy seguro vencedor: «borregos».
No me cuadran el insulto y el agravio a un pueblo pobre, usando el término de los fusiladores de Daquilema y la vejación de los gamonales , porque ese lenguaje degrada un país entero a su era latifundista, chapetona y curuchupa: porque expresan la pobreza política de una sociedad despolitizada.
La red social es pavloviana y, a la manera del perro del célebre fisiólogo ruso, apenas mira, oye, siente o sospecha a un izquierdista, progresista, correísta o indígena tendencia Iza (el Yaku, en cambio, es el “indio integrado” a la casa hacienda, aunque le hacen entrar por la puerta de la cocina siempre), empieza a vociferar: «borrego, borrego, borrego».
Nunca olvido que cuando la extrema derecha odiadora en Brasil insultó a las mujeres militantes del PT y seguidoras de Lula llamándolas “¡brujas!”, ellas y el Partido de los Trabajadores, ganador sobre el violento bolsonarismo, adoptaron la palabra y el dibujo y la imagen. Y se auto llamaron, con orgullo, “Somos Las Brujas del PT”. Y vencieron.
El lenguaje de hacendado, por lo menos electoralmente, es ahora cosa del pasado en Ecuador. Un país distinto empezó a usar hoy tierna y humorísticamente el término, en imágenes poéticas, con otro lenguaje, de afecto no de odio, en un idioma imaginativo de acercamiento y auto-dignidad.
Ya se inauguró este nuevo estilo pacificador idiomático, de lenguaje no violento y de léxico amable en el trato cotidiano y político electoral.
Los borregos, borregas y borregues, nunca más serán ofendidos por un término grotescamente impuesto en el chip de una violenta, clasista y racista élite durante un siglo y medio.
Recuerdo que, Malcolm X y el pueblo negro de EEUU en los ’60 decidieron adoptar con orgullo su color y su condición. Y así bautizaron su nueva vida y conciencia: “Black is beautiful” (‘Lo negro es bello’)
Que sigan vociferando en mi país unos cuantos trolls y su psicópata candidato del odio. No importa: hoy se acaba de superar un siglo y medio de vejación y 16 años de insulto político infame. “Somos borregos de izquierda, somos hermosas borregas, somos sencillos y eficientes borreguitos, sí. Y vamos a vencer”, dicen cada uno de los dibujos e ilustraciones que invaden nuestras redes. Y eso empezó a decir un pueblo.
Como lo empezó a decir la dibujante y comunicadora creadora de este afiche precioso, que Ella hizo, desde una silla de ruedas, usando Inteligencia Artificial. Es decir, poniendo su corazón y su cerebro, utilizando la tecnología al servicio de los derechos de los más vulnerables, para superar por fin estos seis años de pesadilla hacendataria.