Hoy en Baños las plazas lucen desiertas. Una parte significativa de los locales han cerrado y sus propietarios, en mayoría, regresaron a sus países de origen o a otros terruños con mejor suerte. Aunque hablar de suerte no cabe casi en ningún territorio.
Quiebra, bancarrota, deudas y un sinnúmero de crisis afean el paisaje que duerme aún bajo las pisadas de los habitantes. Son ahora los dueños de los negocios quienes reciben a los pocos clientes que tras seis meses de espera se aventuran entre las calles. Guardan la esperanza de recuperarse y que vengan tiempos mejores.
Baños ha sido víctima de varios decesos, de todas las edades. Algo más por qué lamentarse en la ciudad resiliente, que tras varias décadas a raíz del proceso eruptivo del volcán Tungurahua es puesta a prueba nuevamente.
Un caballito, se oxida entre rejas bajo un techo de plástico que no alcanza a socorrerlo de la lluvia, otrora asistente de algún fotógrafo a la entrada de las piscinas de aguas termales que permanecen vacías.