Por: Renato Villavicencio Garzón / @renaquitu
Estando en la recta final de la campaña electoral de estas elecciones anticipadas en el Ecuador, empezamos a encontrarnos con discursos políticos cada vez más fuertes y explícitos que buscan captar la suficiente votación para definir los resultados de la primera vuelta, que,según las últimas encuestas, se decidiría con márgenes muy estrechos. Ya sea para que exista una victoria de la Revolución Ciudadana (RC) en primera vuelta o para definir cuál candidatura, de un pelotón conformado de al menos 3 binomios, entra a disputar la segunda vuelta electoral. Entre los discursos que se han podido escuchar durante los últimos día se encuentran el de mano dura contra la delincuencia, el del regreso a la senda del bienestar pasado, y también, el discurso anticorreísta.
Como reflexioné en un artículo anterior, el discurso anticorreísta se encuentra en horas bajas luego de los pésimos resultados de un gobierno que nació como resultado de este. El fracaso fue tan rotundo que el presidente Guillermo Lasso se vio obligado a firmar, por primera en la historia nacional, la muerte cruzada y llamar a elecciones anticipadas para evitar su destitución por juicio político en la Asamblea Nacional. El gobierno lassista nació y llegó al poder de la mano del anticorreísmo, siendo Guillermo Lasso su principal representante. De hecho, podríamos decir que el lassismo fue el anticorreísmo de Estado. Es decir, en el poder. Ser gobierno causó la implosión del consenso anticorreísta que aglutinó a varios sectores, progresistas y oligárquicos, y que vivió sus horas más altas
de cohesión y fuerza entre el 2018 y el 2021. Pero también hay que tener claro que este momento de debilidad de esta identidad política no significa su desaparición, sino más bien, una transición que logre encontrar un nuevo liderazgo que pueda articular su discurso y representarlo en una nueva etapa.
Con esto en cuenta, mientras presencias como el gobierno de Lasso fue perdiendo legitimidad política frente a la ciudadanía, lo mismo ocurría con el discurso anticorreísta, que perdía, además, la capacidad de explicar la realidad y de antagonizar con sus adversarios, principalmente, con la Revolución Ciudadana (RC) y el correísmo. De este modo, tiene sentido que el campo oligárquico nacional busque distanciarse de este discurso y su principal representante para estas elecciones generales. Sabe que volver a usar de la misma manera ese discurso de odio, que tan útil fue en las elecciones de 2021, a día de hoy puede ser más perjudicial para sus intenciones que beneficioso.
Es así como hemos visto a varios candidatos tratando de recuperar cierto discurso ideológico de derecha más tradicional. Otto Sonnenholzner, con su “Pan, plata y progreso”, ha buscado construir un símil del slogan más material y antipolítico de León Febres Cordero en 1984, “Pan, Techo y Empleo”. O, Jan Topic, candidato del PSC, que ha construido su principal línea de campaña sobre el discurso más característico y neoliberal del partido. Esto es la “mano dura” contra la inseguridad y delincuencia para pasar del “miedo a la esperanza”. La candidatura que menos se ha despegado del anticorreísmo es la de Fernando Villavicencio y su “lucha contra las mafias”, pero que no le permite, hasta el momento, sumar suficientes apoyos para disputar con fuerza el segundo lugar.
Ahora, según las últimas encuestas, la situación que se presenta estos días es que la candidatura de la RC, Luisa González y Andrés Arauz, está bordeando el 40% de los votos válidos y ha tomado una distancia de más de 15 puntos de diferencia con el pelotón que se disputa el segundo lugar. Distancia más que suficiente para resultar victoriosos en una sola vuelta. Es en este contexto, que hemos presenciado como en los últimos días se han multiplicado los mensajes de odio en redes contra la RC, las noticias falsas, o las tergiversaciones en contra de este binomio en la misma línea del anticorreísmo que vivimos en la contienda electoral de 2021. Mensajes que hoy no los abandera ningún candidato en particular, sino que se transmiten a través de medios de comunicación, periodistas y redes sociales, que se están encargando de mantener vivo el anticorreísmo en este momento.
Entonces, es así como se presenta el dilema para el campo oligárquico neoliberal en agosto de 2023. Este recae en la necesidad de alejarse del discurso anticorreísta para recapturar apoyo ciudadano, pero al mismo tiempo, saber que sin él son incapaces de disputarles suficientes votos a la RC para evitar que obtengan la presidencia en la primera vuelta.
Las élites se han dado cuenta que no pueden prescindir tan fácilmente de ese discurso de odio, de miedo y de tergiversación que es el anticorreísmo, para así forzar a la RC a rebatir sus acusaciones y alejarlo de su discurso más ideológico-programático. Este último es el terreno donde la RC es fuerte y en el cual las élites no tienen mucho más que ofrecer al país. El anticorreísmo busca reducir la discusión política al barro y provocar la reacción visceral del correísmo para evitar que sume más votos, particularmente, de aquellos sectores que aún se encuentran en la indecisión.
Valga decir, también, que la fuerza que tenga el anticorreísmo, en cualquier momento, depende de la atención que le preste su principal adversario. Y por lo visto, no hace falta mucho para que el correísmo (dirigentes y sus simpatizantes) caigan en la provocación que busca y necesita el anticorreísmo para dirigir el debate hacia donde quiere. Solo hay que tener en cuenta que es muy fino el equilibrio que el bloque oligárquico necesita para usar este discurso sin que este les perjudique también. Pero parece que el escenario actual los empujará a seguir usándolo cada vez más en estos últimos días de campaña para forzar una segunda vuelta y así evitar el regreso del progresismo a Carondelet. Habrá que esperar
a los resultados del 20 de agosto para saber si el presente dilema pudo resolverse.