Aniversario del Natalicio del Libertador Simón Bolívar

Por: Alejandro Velasco

“El velo se ha rasgado, ya hemos visto la luz y se nos quiere volver a las tinieblas: se han roto las cadenas; ya hemos sido libres, y nuestros enemigos pretenden de nuevo esclavizarnos”, decía un diáfano Simón Bolívar de la Carta de Jamaica, en la que realiza, en el lejano 6 de septiembre de 1812, un diagnóstico de las condiciones en las que entonces se desenvolvía el continente.

Esa carta, esclarecida y profética, tiene, a nuestro pesar, cierta coincidencia con este presente de esperanzas y contradicciones. Hoy, tras seis meses y algunos días de ejercicio democrático, y de haber iniciado una profunda transformación en el país, las sombras retardatarias tratan de oscurecer este tiempo limpio y transparente; quizá por ello nuestra intervención aludirá, con humildad y reverencia, a encontrar aproximaciones y analogías.

Una de las constantes de aquella larga epístola de Bolívar, es la mirada amplia y profunda a todas las regiones de Nuestra América. El Río de la Plata, Nueva Granada, Méjico, Perú, Venezuela, las islas de Puerto Rico y Cuba, Panamá, Guatemala, son observadas por la inteligencia aguda del Libertador.

Cada país, con sus propias condiciones, fortalezas e infortunios, es analizado por Bolívar, pero el factor común, la columna vertebral de su análisis, es la unidad de todos los pueblos, como afluentes del gran océano independentista.

Esta historia, que tiene su origen en las luchas de Espejo y Nariño; en el sacrificio de los mártires de Quito, en Miranda y los patriotas de Buenos Aires, nos pertenece, como nos pertenece la herencia de dignidad legada por quienes ofrendaron su vida por la libertad.

Se ha tratado, desde diversas instancias, que responden a la misma tendencia opositora, de desacreditar la pertenencia y correspondencia de la Revolución Ciudadana con el pensamiento del Libertador Simón Bolívar.

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Es simplista decir que no hay correspondencia entre el pensamiento de Bolívar en el Siglo XIX y la Revolución Ciudadana del Siglo XXI, especialmente si se parte de supuestos artificiales.

Desde algunas esferas académicas se ha insinuado características personales o políticas de Bolívar que, supuestamente, lo apartarían del ideario que hoy nos conduce. Se menciona, en este caso con inaudita puntualidad, ciertas frases despectivas escritas por ideólogos del Socialismo sobre el Libertador. Jamás caeremos en esa trampa utilitaria y anacrónica. Más allá de presunciones y supuestas sentencias, nuestra alianza y devoción por el pensamiento bolivariano se expresa en la naturaleza soberana de nuestra lucha.

Esta fecha, de conmemoración de los 237 años del nacimiento de Bolívar, será dedicada a descifrar la naturaleza de nuestra unidad, a través de la historia de las ideas, con la doctrina bolivariana.

El Socialismo del Siglo XXI ha comenzado a ser y crecerá hasta convertirse en la expresión concentrada más avanzada del pensamiento humano. Es, efectivamente, una doctrina nacida de la necesidad, de las victorias y de la experiencia de las derrotas de los pueblos en pos de la justicia. El Socialismo del Siglo XXI tendrá que ser reconocido como un triunfo de la especie humana, y en esa tarea, la Humanidad es invencible.

Proclamamos que nuestra Revolución Ciudadana sería Bolivariana y Alfarista. Y lo hemos comprobado en el ejercicio democrático.

La lucha por un destino distinto para nuestro pueblo, que comprenda el ejercicio profundo de nuestra soberanía, tiene, como eje piramidal, el pensamiento del Libertador.

La primera condición para ser correspondientes con ese pensamiento, es la defensa irrestricta de la soberanía, que no es solamente la soberanía territorial, marítima o aérea, es, por sobre todo, la voluntad política de tomar las decisiones trascendentes para nuestro pueblo sin interferencia o dictámenes de otros países, multinacionales y organismos financieros internacionales.

Bolívar decía, al iniciar su intervención en el Congreso de Angostura, en el lejano 1819: “¡Dichoso el ciudadano que bajo el escudo de armas de su mando ha convocado la Soberanía Nacional para que ejerza su voluntad absoluta! (…) yo he tenido el honor de reunir a los representantes del pueblo de Venezuela en este augusto Congreso, fuente de la autoridad legítima, depósito de la voluntad soberana y árbitro del destino de la nación”.

El destino de la nación soberana es la invocación del Libertador. En Angostura, Jamaica, Cartagena, y en todas las proclamas independentistas, la voluntad de Bolívar se expresa con sabiduría, y es célebre su proclama en el Proyecto de Constitución de Bolivia: “la soberanía del pueblo es la única autoridad legítima de las naciones”.

El combate contra el despotismo, contra la satrapía y la opresión, y la obsesión en la lucha anticolonialista, conforman el corpus del ideario bolivariano. La vida entera de Bolívar fue dedicada a la lucha contra el colonialismo, y esaes la esencia fundamental de su heredad.

Podríamos invocar frases, proclamas y sentencias determinantes de Bolívar, ya no sobre el colonialismo, sino sobre el imperialismo que se implantó sobre América Latina, pero hoy, en nuestro querido Guayaquil, preferimos expresar el sentimiento de lealtad hacia el Libertador, como, en su tiempo lo expresó José Joaquín de Olmedo, quien, en expresión de fidelidad, tributó sus versos al Libertador:

“Y el rayo que en Junín rompe y ahuyenta la hispana muchedumbre.

Que, más feroz que nunca, amenazaba, a sangre y fuego, eterna servidumbre, y el canto de victoria.

Que en ecos mil discurre, ensordeciendo el hondo valle y enriscada cumbre, proclaman a Bolívar en la tierra árbitro de la paz y de la guerra.”

Son palabras de Olmedo en su poema épico La Victoria de Junín, Canto a Bolívar, porque nuestro gran patriota guayaquileño, además de liderar a nuestro pueblo en la gesta de 1820, dedicó su mayor talento al homenaje patriótico a Bolívar.

Es la misma devoción que el gobierno del Ecuador y su Revolución Ciudadana sienten por Simón Bolívar, ese Bolívar estadista y rebelde, insurgente y sensible, que agradeció a Olmedo diciendo:

“Confieso a Ud. Humildemente que la versificación de su poema me parece sublime”.

Y en Guayaquil, un año más tarde, ante el pueblo alborozado, Bolívar expresa:

“Os ofrezco de nuevo mis servicios: servicios de un hermano. Yo no he querido saber quien ha faltado; más no he olvidado jamás que sois mis hermanos de sangre y mis compañeros de armas”.

Y a este ser humano inmenso se le ha negado el nombre, se le ha borrado el nombre, se ha escondido su nombre liberador. Ese nombre que da sentido a todas las cosas, como lo anunciaba Pablo Neruda:

“Padre nuestro que estás en la tierra, en el agua, en el aire,
de toda nuestra extensa latitud silenciosa,
todo lleva tu nombre, padre, en nuestra morada:
tu apellido de la caña levanta la dulzura,
el estaño bolívar tiene un fulgor bolívar,
el pájaro bolívar sobre el volcán bolívar.”

El propio Olmedo habría contestado con su hondo sentido de gratitud para con el Libertador, los versos que plasmó en su Alfabeto para un Niño:

“Gratitud siempre al favor es un deber justo y grato y por eso el hombre ingrato es un monstruo que da horror.”

La ética de Bolívar, expresada en su famosa sentencia: ¡La Independencia es el único bien que hemos adquirido a costa de los demás! , se expresó en cada historia y en cada acontecimiento.

Nosotros seguimos esas huellas éticas de Bolívar, las huellas éticas de Sucre y de Alfaro. Todos ellos sufrieron atentados. El Mariscal y el Viejo Luchador fueron vilmente asesinados por los mismos retrógrados que hoy irrumpen con su amenaza, su conspiración y su complot contra la Revolución Ciudadana.

El pueblo de mi Patria puede tener la certeza de que este camino es un camino sin retorno. No vamos a retroceder ante las presiones de la oligarquía, porque somos ante todo patriotas. No es que no temamos a la muerte, lo que sucede es que en nuestro destino y en nuestro vocabulario no existe la palabra sumisión, no existe la palabra ingratitud, no existe la palabra traición.

Y no habrá retroceso en este proceso porque somos fieles al pensamiento de Bolívar.

El Libertador habría sido el primero en imponer, como lo hicimos nosotros, el grado de Generala a su Manuelita Sáenz.

Bolívar habría estado en la vanguardia de la resurrección americana, a través de la UNASUR y de la creación del Banco del Sur. Nosotros seguimos los pasos del Libertador en la construcción de lo que llamaba no naciones, sino hermanas, “que disfrutarán de su soberanía, según la voluntad de su conciencia”.

Bolívar sería el primero en acompañar la marcha de los trabajadores, los maestros y de las madres que hoy ven, por fin, una lumbre de esperanza para su vida. En Cundinamarca el Libertador dijo: “Se devolverá a los naturales, como propietarios legítimos, todas las tierras que formaban los resguardos según sus títulos, cualquiera que sea el que aleguen para poseerlas los actuales tenedores”. Bolívar estaría encabezando la marcha por mejores condiciones de vida para nuestros hermanos indígenas del páramo, para los montubios del litoral.

Bolívar sería el primero en solidarizarse con el destino de las familias de los pescadores artesanales; en la dignificación de la Patria, para que sea merecedora del regreso de los refugiados de la pobreza, expulsados de su tierra por el neoliberalismo, esos inmigrantes calificados y sometidos a prisión por el delito de no tener papeles. Bolívar sería el primero en declarar que “no existen seres humanos ilegales, sino prácticas ilegales”, y entre ellas, el racismo, la xenofobia, la intolerancia. Bolívar estaría en la primera línea a la hora de defender una política económica soberana, que genere mejores condiciones de vida para los más pobres y vulnerables.

Bolívar nos acompañará, desde su regazo histórico, en la cruzada por fortalecer un sector privado con miles y miles de empresarios responsables; en la consolidación de un Estado poderoso que corrija las distorsiones sociales del mercado.

Hoy, y siempre, en nuestro Guayaquil libertario, bajo la sombra tutelar de Bolívar y de Olmedo, ratificamos nuestra promesa, nuestro sueño y nuestra decisión de convertir a la Patria, Tierra Sagrada, en el territorio altivo, libre y soberano que nos legaron los Libertadores.

¡Hasta la victoria siempre!

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