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Grandes desdichados: Quinta parte: Anne Sexton

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Por: María Isabel Burbano / @rizossalvajes

Ten cuidado con las palabras,
incluso con aquellas milagrosas.
Para las milagrosas hacemos lo mejor posible,
a veces se enjambran como insectos
y dejan no una picadura sino un beso.

Palabras – Anne sexton

Morir, así como nacer, es un ritual. La poeta estadounidense Anne Sexton lo llevó a cabo al pie de la letra. Había almorzado con su amiga, la poetisa Maxine Kumin, con quien pulió los últimos detalles de su manuscrito El Horrible remar hacia Dios que se publicaría en marzo de 1975. Llegó a casa, se puso el abrigo de su madre, se quitó sus joyas, tomó dos vasos de vodka y con un tercero en la mano, entró al garage de su casa. Se sentó en su Cougar rojo, encendió el motor, la radio y esperó.

Ese fue el décimo intento de suicidio que tuvo y el último. El primero fue después del nacimiento de su hija mayor cuando la depresión posparto se asentó sobre ella. Vendrían ocho más después de ese, pero bien dice que una persona no puede escapar de su destino cuando lo está persiguiendo. Y Anne Sexton perseguía a la muerte. Volvamos al inicio y conozcamos sobre su vida.

Pero intento tener cuidado
y de ser suave con ellas.
Las palabras y los huevos deben ser tratados con cuidado.
Una vez rotos,
son cosas imposibles de reparar.

Palabras – Anne Sexton

Anne Sexton, cuyo nombre de soltera era Anne Gray Harvey, nació el 9 de noviembre de 1928 en Massachusetts en el seno de una familia burguesa. Hija de un exitoso fabricante de lanas, era la pequeña de tres hermanas. Estudió en el colegio – pensión Rogers Hall School. Se casó en 1948 con Alfred ‘Kayo’ Muller Sexton II con el que tendría dos hijas: Linda Gray, quién se convertiría en novelista, y Joyce Ladd. En 1954, poco después del nacimiento de Linda, le diagnosticaron depresión posparto, una condición que vivió entre las sombras hasta que encontró su detonante.

Al sufrir su primer colapso nervioso la internaron en el hospital Westwood Lodge. En 1955, después del nacimiento de su segunda hija, Sexton sufrió otra crisis y la hospitalizaron de nuevo; sus hijas fueron a vivir con sus abuelos paternos. Ese mismo año, en su cumpleaños intentó suicidarse.

Entonces llegó, por recomendación de su doctor Martin Orne, su tabla de salvación: la poesía. En los talleres de poesía conoció a Kumin, quien fue su amiga hasta el final de sus días y con quien escribió cuatro libros. También a la poetisa Sylvia Plath, quien se suicidaría en 1963 y a la que Sexton le dedicó unos versos. “¡Ladrona! / ¿Cómo te has metido dentro, / te has metido abajo sola / en la muerte a la que deseé tanto y tanto tiempo?”.

Pero los suicidas poseen un lenguaje especial.
Al igual que carpinteros, quieren saber con qué herramientas.
Nunca preguntan por qué construir.
En dos ocasiones me he expresado con tanta sencillez,
he poseído al enemigo, comido al enemigo,
he aceptado su destreza, su magia.

Deseando morir – Anne Sexton

La enfermedad de Anne Sexton la alejó por completo de sus hijas, que vieron a su madre en un vaivén de emociones y de ausencia. En una de sus sesiones de terapia confesó: “Hace tres semanas cogí las cerillas y fui a la habitación de Linda. Escribir es tan importante como mis hijas. Odio a Linda y la abofeteo”.

Su poesía podría calificarse de confesional. A veces versos sobre tabúes, asuntos socialmente vergonzantes para la época como la menstruación, el desapego maternal o los repetidos internamientos en clínicas psiquiátricas. Había ganado el Pullitzer de Poesía en 1967 por el poemario Vivir o morir, fue profesora en la Universidad de Boston y en la Universidad Colgate de Nueva York. Pero eso no era suficiente, la pulsión de muerte estaba allí y no se iría hasta llevarse a Sexton con ella.

Se acabó, digo, y me alejo de la iglesia,
rehusando la rígida procesión hacia la sepultura,
dejando a los muertos viajar solos en el coche fúnebre.
Es junio. Estoy cansada de ser valiente.

La verdad que los muertos conocen – Anne Sexton

Tanto Linda como Joy esperaban tener una madre tradicional, sin embargo, Sexton vivía al borde del abismo, bebía en exceso, seducía a hombres frente a su esposo. Anne solo podía ofrecerles lo que tenía: experiencias salvajes, pasión por la verdad y por el arte, además de una creatividad desbocada en cada cosa que hacía. “Si pudiera, bajaría una estrella y la pondría en un elegante joyero. Si pudiera, sellaría el amor dentro de una larga y fina botella para que le pudieras dar un trago cuando lo necesitases”, escribió un poco antes de morir.

Mis nervios están encendidos. Los oigo como
instrumentos musicales. Donde había silencio
los tambores, las cuerdas están tocando irremediablemente. Tú hiciste esto.
Puro genio trabajando. Querido, el compositor ha entrado
al fuego.

El beso – Anne Sexton

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