por Juan Paz y Miño Cepeda
Historiador
La guerra en Ucrania ha marcado un cambio histórico: el mundo anterior y el que se vive a partir de ese doloroso acontecimiento. Entre los procesos de mayor significación se hallan la vertiginosa escalada de un mundo multipolar con el arrollador ascenso de China, la presencia de Rusia, la ampliación de los BRICS, las posturas antimperialistas en diversas regiones, la reestructuración de las alianzas Europa-EE.UU., el deterioro de la hegemonía de los EE.UU., la caducidad del americanismo monroísta, la crisis del neoliberalismo en América Latina.
En otra época, habría sido más o menos fácil que América Latina se subordine a las estrategias continentales de la seguridad nacional de los EE.UU. Ocurrió así durante la Guerra Fría y particularmente desde la Revolución Cubana. Bloquear a Cuba, romper con la URSS y los países de Europa del Este, y reconocer a China/Taiwán, formaron parte de las decisiones latinoamericanas desde la década de 1960. Pero fueron los mismos EE.UU. los que iniciaron relaciones económicas con la República Popular China durante el gobierno de Richard Nixon (1969-1974), aunque bajo el interés de cercar a la URSS y sus aliados. El derrumbe del socialismo soviético fue recibido como un triunfo de Occidente y las relaciones de Europa con su antiguo “enemigo”, crecieron. Así es que la globalización transnacional y capitalista floreció desde los 90. América Latina aprendió de todo ello, y también gobiernos y empresarios de la región se lanzaron a la conquista de relaciones con Rusia y, en el siglo XXI, con China, además de extender lazos comerciales con otras regiones. Era inevitable que, bajo tales circunstancias, disminuyera la dependencia económica con los EE.UU. y la capacidad de acción “diplomática” casi monopólica que esta potencia tenía en el continente americano.
La guerra en Ucrania, al haber cerrado el mercado ruso, golpeó en América Latina, como lo analizó la CEPAL en y en El cierre de ese mercado afectó las principales exportaciones no petroleras de Ecuador (banano, camarón, flores, pescado, café) alarmando a sus . Sin embargo, al menos para Ecuador resultó un golpe relativo, porque no se abandonó el mercado ruso, a pesar de la caída.
Pero no ha sido Rusia el centro de los cambios, sino China. Los EE.UU. han sido persistentes y absolutamente claros en ello. Evan Ellis, profesor e investigador de estudios latinoamericanos del Instituto de Estudios Estratégicos del Colegio de Guerra del Ejército de los EE.UU., reconoció que su país podría admitir ciertas actividades comerciales con . El general Mark Milley, Jefe del Estado Mayor Conjunto de los EE.UU., consideró la “invasión rusa de Ucrania” como “la mayor amenaza para la paz y la seguridad de Europa y quizás del mundo“; pero añadió: “Ahora nos enfrentamos a dos potencias mundiales: China y Rusia…”. Antony J. Blinken, Secretario de Estado de los EEUU, en “”, defendió un “orden internacional basado en ” que debe imponerse a China. Y la general del Ejército Laura Richardson, Comandante del Comando Sur de los EE.UU., ha advertido, en forma contundente, que China es la “amenaza principal” y Rusia una amenaza “”, un asunto que reiteró, abiertamente, en la “Conferencia Sudamericana de Defensa” (Southdec), que se realizó en a mediados de septiembre 2022.
En ese clima neo-monroísta, con el cual se ha buscado presionar a los países latinoamericanos para que se unan a la cruzada anti-rusa que lleva Occidente y, además, sirva como freno a la expansión de China, la geoestrategia de los EE.UU. ya no ha funcionado como en el pasado. Los gobernantes progresistas de América Latina, como A. Fernández, Argentina; Lula, Brasil; L. Arce, Bolivia; G. Petro, Colombia; A.M. López Obrador, México (ni hablar de Cuba, Nicaragua o Venezuela), han sido muy claros en pronunciarse como ajenos al conflicto de Ucrania y no están dispuestos a considerar a Rusia y a China como sus “enemigos” y “amenazas”. Pero el asunto va más lejos: el gobierno del Ecuador, presidido por el millonario banquero Guillermo Lasso, que ha conducido el modelo neoliberal-empresarial y oligárquico más radical de la región en estos tiempos, es el que más defiende y valora las relaciones con China. El bloque de poder que ha sostenido a Lasso, orquestó la idea de que el expresidente Rafael Correa (2007-2017) había “hipotecado” el país a China. Paradójicamente, Lasso ha avanzado mucho más, incluso con un tratado de libre comercio.
Tras haber aplicado la “muerte cruzada” para evitar la destitución en el juicio político que se inició en la Asamblea Nacional, en su Informe a la Nación del pasado 24 de mayo, el presidente Lasso, además de pintar, entre grandilocuencias de cifras, un país excepcional -que nadie reconoce-, ocupó varios minutos para referirse a China. Con indudable entusiasmo sostuvo que en dos años “hemos abierto el Ecuador al mundo”; un acuerdo con “el gigante asiático de China: un mercado de 1400 millones de potenciales consumidores”; “El acuerdo con China podría significar un aumento de 3 a 4 mil millones de dólares adicionales en exportaciones, quizás hasta el 2030, yo creo que antes”; “No solo trae beneficios en trabajo y empleo para los ecuatorianos, sino que también trae beneficios para cada ciudadano”; “Lo mejor es que 8 de cada 10 empresas que exportan a China son micro, pequeñas o medianas empresas”. Además, “Logramos el canje de deuda por conservación más grande en la historia de la humanidad: 1.600 millones de dólares de canje de deuda a cambio de proteger la reserva marina de Galápagos y la reserva Hermandad, que conforman 198 mil km cuadrados de superficie y garantizan la preservación al menos de 2.500 especies marinas”; “En febrero del año 22 tuve un “cara a cara” con el presidente Xi Jinping de China. Le pedí varias cosas, a nombre de ustedes, los ecuatorianos. Le dije que la pandemia había impactado negativamente a las economías del mundo y que el Ecuador no era la excepción. Y, por lo tanto, necesitamos renegociar la deuda de Ecuador con China. Le dije que un grupo de ecuatorianos inescrupulosos, con algunos extranjeros usaron su país, la China, para abusar del mío, el Ecuador, en materia de intermediación petrolera. Necesito cambiar eso. Y tercero, le pedí el acuerdo comercial de libre comercio, que lo debíamos terminar hasta diciembre del año 22. Todo cumplió… ¡TODO CUMPLIÓ! Hemos logrado renegociar los contratos petroleros; estaban comprometidos 100 millones de barriles de petróleo y lo logramos bajar a 50 millones de barriles. Y ¿saben qué?: cambiamos la fórmula de cálculo para definir el precio ¿a favor de quién? de ustedes, el pueblo ecuatoriano. Muchos me dijeron que no me meta con esos temas, que eran delicados. Pero bueno, cuando uno habla a nombre de 18 millones de ecuatorianos ¡DICE LO QUE TIENE QUE DECIR!, sin ninguna timidez, con mucha frontalidad. Y eso hicimos con el Presidente de China”.
Seguramente la posición del presidente ecuatoriano no es del agrado de los EE.UU. Pero está claro que un gobierno de empresarios ha garantizado negocios empresariales por sobre las ideologías, como gustan repetir sus seguidores. De modo que el americanismo monroísta no ha sido afectado solo por gobiernos progresistas y de izquierda, sino por los negocios que han alcanzado los empresarios del continente americano. Y en lo interno, queda un Ecuador del gusto y sabor neoliberal, sin que importe el desastre social e institucional provocado.