Por: María Isabel Burbano
Dolor y amor.
Pienso en ambas palabras mientras transcurren, silenciosamente, bajo mi vista las páginas de Mizuko: los niños del agua. Aunque la pérdida también transita por esta historia, la presencia del dolor y el amor es mucho más fuerte.
Cinco historias donde estas palabras se enfrentan como dos fieras en combate. Tanto así que al terminarla te ahonda la sensación de hormigueo en el cuerpo, como si la novela ya no estuviera en el papel si no dentro del cuerpo. Las voces que hablan dentro de ti cuando llegas al final. Esa, a mi modo de ver, es una primera conquista del autor.
La segunda radica en la puesta sobre la mesa de las narradoras femeninas. Una voz femenina que lo habita. Un universo que podría parecer vetado para el hombre vibra dentro de la novela de principio a fin. Esa voz nos muestra un universo sentimental variado que abre la posibilidad de empatizar y encontrarnos con ellas. Sufren, sí, pero ¿quién no ha sufrido alguna vez por el amor que consume, que enciende las esperanzas, pero también las dudas? No solamente por el desencanto con la pareja, el frío velo de la realidad que se desprende al descubrir que el amor que muchas veces creemos poseer es solo una quimera que perseguimos con ahínco.
También por el vacío que deja el aborto, ese agujero emocional y físico, una espiral por el que las narradoras transitan y que influye en sus decisiones posteriores. Porque la maternidad si bien ya no es el objetivo principal de las mujeres, al menos de las que componen este libro, cultural y socialmente nos atraviesa. Abortar significa cortar con una necesidad primaria de nuestros cuerpos, es negar al útero su trabajo.
La tercera conquista es la voz de los niños de agua ¿son ángeles? Probablemente. Ubicados en el espacio de lo que pudo, pero no fue, niños y niñas que buscan algo más parecido a la paz. Desprovistos de lo que los haría humanos, late en ellos esa humanidad perdida. Sus susurros silentes resuenan a lo largo de la novela para que no olvidemos que están allí. Que más allá del amor o la falta de él resuena una huella: esos niños del agua a los que el destino les cerró la puerta y los desterró a ese espacio que no es celestial ni infernal, pero que también existe.
Juan Pablo Castro Rodas (Cuenca, 1971) Comunicador social, escritor. Su primera publicación es el poemario El camino del gris (1996). Tiene en su haber obras como La noche japonesa (2010), La curiosa muerte de María del Río (2016), El jardín de los amores caníbales (2019).