Por: Oscar Llerena Borja
El ganao se ve inquieto. El cielo es plomo parejo
El aire está suspendido. No se escucha ni un ladrido
Todo anuncia la tormenta, todo es ansiedad
El instinto va avisando, viene un temporal
Tony Croatto: “Temporal”
Hoy, como ayer la canción de Tony Croatto, posee una vigencia indiscutible: sin duda viene un temporal. El horizonte de nuestra sociedad se presenta nebuloso, caótico, ominoso. Nuestra banal fe en el progreso ha sido inútil, pues toda arquitectura humana es irremediablemente frágil y efímera. Me pregunto: ¿son nuevos estos tiempos? ¿es nuevo este miedo que experimento o es el mismo de ayer? Y cuando digo el miedo de ayer no me refiero a un temor abstracto, ahistórico. Todo lo contrario, el miedo de ayer tiene unos contornos muy precisos: su rostro, que es el mío, la ausencia de porvenir que obligó a más de un millón de ecuatorianos a emigrar a finales del siglo pasado. Sus actores fueron una clase política incapaz, sin sentido de país, sin escrúpulos ni principios. Además, hubo una sociedad que resistía gracias a la lucha, pero a un precio muy alto. Se incluyen unas élites económicas que vivían ideológica y físicamente fuera de Ecuador. Esa coyuntura histórica que empezó con un feriado bancario y terminó con un éxodo masivo. Este es el ayer tal como lo recuerdo, este es el ayer al que temo regresar por el frío, el hambre y la desesperación que aún se agitan en mi memoria.
Ese mismo país que un yo muy joven debió olvidar para convertirse en maleta y persona con la sola esperanza de un futuro mejor. Hoy vuelvo a tener miedo, lo experimento como un sabor conocido y aciago que me hace volver al pasado, a ese país que creí, ilusamente, haber dejado atrás.
La escala del mundo nos ha alcanzado, sin abandonar los márgenes, hoy somos el mundo. Pero esta presencia global es un signo de estos tiempos donde un estornudo en Wuhan se convierte en pandemia mundial, donde el Covid 19 viaja en clase turista desde España a Guayaquil.
Por otro lado existen dolorosas similitudes con el pasado que caracterizan la escena local: cada vez que por despiste veo o escucho a nuestros políticos, siento vivas esas palabras de Marx: Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa. Nuestra historia tiene también sus farsas y sus farsantes, aquellos que en un momento cercano representaron o decían representar vientos de libertad -me refiero a la impetuosa irrupción de ruptura de los 25- hoy son una caricatura de los represores neoliberales de los 90, sus recaderos, sus emisarios, triste final para una promesa, triste destino para un sueño.
Una vez más la vieja sabiduría nos da muestras de su profunda verdad, Sófocles pone en boca de Creonte esta sentencia: es imposible conocer el alma, los sentimientos y las intenciones de un hombre hasta que se muestre experimentado en cargos y en leyes. El poder por tanto, como afirmó en una entrevista la ministra Romo, no corrompe, simplemente desvela.
Durante el final del siglo pasado y el inicio de este, la sociedad ecuatoriana ha obrado el milagro barroco del siempre ir más allá. ¿Qué le queda a un país sin posibilidad de respuesta institucional, sin actores capaces de atender la enormidad de los retos, sin armas para las grandes empresas que debe acometer? Le queda apelar a esa otra política, esa que se hace desde abajo y esperar que como ayer, ella sea capaz de introducir algún sentido alternativo a este enloquecido y dogmático camino neoliberal que nos lleva irremediablemente ha ese triste país del ayer. Le queda la fe ya no en el estado y en las instituciones, sino en la potencia liberada de la multitud.
Si tengo fe en algo, es en esa otra posibilidad de transformación social de la que con tanta lucidez hablaba Bolívar Echeverría: Tal vez lo que es revolución habrá que pensarlo ya no en clave romántica sino, por ejemplo, en clave barroca. No como la toma apoteótica del Palacio de Invierno, sino como la invasión rizomática, de violencia no militar, oculta y lenta pero omnipresente e imparable, de aquellos otros lugares, lejanos a veces del pretencioso escenario de la Política, en donde lo político -lo refundador de las formas de la socialidad- se prolonga también y está presente dentro de la vida cotidiana.