Por: María Isabel Burbano
Juan Pablo Castro Rodas (Cuenca, 1971) es el ganador del premio Aurelio Espinosa Pólit 2022 en la categoría de novela. Su obra, que abarca varios géneros, es una constante apuesta literaria en la que una cosa es certera: el lector nunca pierde.
El jurado que seleccionó a Mizuko: los niños del agua enfatizó el trabajo detallado del lenguaje que tiene la novela ¿cómo fue el proceso de construcción de ese lenguaje?
Creo que el lenguaje siempre se adscribe al objeto literario, es decir, cuando escribes – por ejemplo- una novela policial, la lengua es funcional a ese propósito. Existe una economía del lenguaje, una puesta en escena mucho más clara y coherente en la medida de armar el paisaje narrativo.
En este caso aposté por una literatura con un lenguaje más introspectivo, juegos próximos a lo lírico. Una novela que evoca el amor, la pérdida. La novela, que trata sobre el vacío, me exigió ese tratamiento especial en el lenguaje.
Además, hablan de los narratarios hombres que, a través de la palabra, exorcizan el dolor que causa el duelo, la pérdida ¿la literatura es la forma en que tu voz de escritor evacúa el dolor?
Trabajé a las voces femeninas como narradoras y los narratarios, sujetos a los que se destina la narración, son hombres. Siempre he dicho que la literatura tiene una base catártica. Permite disipar todas esas emociones que se han cimentado a través de la vida, pero siempre tiene un segundo nivel: la construcción de un aparato literario. Aparecen allí la ficción, los personajes, los escenarios.
¿Qué debemos esperar los lectores de esta novela?
Para los lectores está permitida “la dictadura del lector”. Aceptar o rechazar una obra más allá del esfuerzo del escritor. Lo que van a encontrar es un conjunto de voces – en el mejor de los casos, femeninas – que hablan sobre la pérdida a partir de sus reflexiones y recuerdos en torno al amor que es el motor fundamental de la humanidad. En ese ejercicio de encontrarse en sí mismos, esperaría que sea una novela que tenga verdad.
Sobre tu más reciente novela, El jardín de los amores caníbales, veo allí al menos tres cosas importantes: la reflexión del protagonista sobre narrar la vida, si hay o no un sentido en hacerlo, la discusión del amor caníbal, el amor que devora y por supuesto la comparación con el Jardín de las delicias de El Bosco, vemos en cada capítulo una escena de ese jardín, de tu jardín. Al final uno está a la espera y atento de cada escena para no perder el hilo, termina exhausto, pero satisfecho ¿cómo llegó a tu mente esta novela? ¿hay un juego entre la ficción y la realidad?
Muchos de los actos creativos surgen, más que de voluntades discursivas, de los fenómenos sensoriales. En mi caso cuando estuve en una piscina en Colombia y vi ese paisaje, sentí que era el inicio de la escritura de un libro y tuve la referencia inmediata de El Jardín de las delicias de El Bosco. No había una necesidad teórica preliminar sino más bien un impulso emocional. Luego, como pasa en el ejercicio de la novela, a medida que se avanza, uno despeja la bruma. Es como estar dentro de una neblina y mientras avanzas – como un sujeto que está en medio de un bosque – también se abre el camino por el que debes transitar.
Casi como todos mis libros, a excepción de las novelas policiales, hay gran parte de mi vida y la vida de los otros, como dice la película alemana, de la que yo me valgo para ficcionalizar. Siempre hay un valor testimonial. Quizá el Jardín de los amores caníbales es la novela más confesional a mí y las cosas que he vivido, pero siempre hay un salto del terreno real al fantástico, que es donde vive la imaginación.
Has escrito cuentos, novela, poesía y cada una de tus obras, a mí modo de ver, tiene una singularidad, ¿sientes que hay un salto entre el Juan Pablo que escribió La Curiosa muerte de María del Río y el que escribió el Jardín?
A veces creo que sí, que es otro que ha logrado algunas conquistas en el manejo de la literatura, pero en otros momentos siento que no he aprendido nada. Cada vez que me enfrento a un proyecto literario siento el mismo entusiasmo, desconcierto y temor, pero tengo más paciencia que antes. No hay un proceso evolutivo, de la novela negra La curiosa muerte de María del Río al Jardín de los amores hay caminos diferentes en la escritura.
Estoy escribiendo una novela llamada La máscara del alacrán, que es la continuación de la novela policial del teniente Veintimilla. Son novelas más de diversión, las otras creo que son unas apuestas más estéticas. El cambio no supone evolución sino solamente optar por senderos estéticos distintos.