La vergüenza y la culpa son emociones culturales (propias de cada época) que se fundamentan en la creencia de que existe una sola forma de ser y hacer; es decir, se rechazan los deseos y preferencias individuales que no se ajusten a las normas. Así que, el comportamiento humano, para alejarse de estas ponzoñas, debe adecuarse a las verdades superiores (conductas permitidas). ¿Por qué son patriarcales? Porque todas las personas hemos tenido estos sentimientos, pero la intensidad y frecuencia con la que se viven es una cuestión de género.
El aprendizaje social diferenciado entre hombres y mujeres, según Marcela Lagarde, construye lo femenino para que sea para y a través de los otros; en cuanto a ellos, la masculinidad vive para sí mismo. En esta existencia, para el otro, si cruzamos la línea, recibimos un fuerte choque eléctrico, sea externo o de nosotras mismas; ya que tener deseos o necesidades propias es considerado “egoísta”; en cambio, los varones sí tienen derecho a ser la prioridad en sus vidas.
En la antigüedad se castigaba mediante la vergüenza pública: las “brujas” quemadas, las “adúlteras” lapidadas; pero, la historia de la violencia contra las mujeres continúa, ahora, a través de la culpa: porque quieres tener bebés, porque no tienes un cuerpo “saludable”, porque te dejaste grabar en momentos íntimos, porque no te haces cargo de papá y mamá, porque regresas al trabajo y dejas el periodo de lactancia; en fin, porque somos mujeres.
Dar cara a estas emociones requiere replantearnos nuestro lugar en el mundo como mujeres, recuperar la lealtad a nuestro ser y hacer.
Expertos aseguran que no debemos huir de la vergüenza y la culpa; todo lo contrario, hay que afrontarlos para cuestionarlos. Tener consciencia de dónde proviene nos pone en una situación de menor vulnerabilidad y permite que cuidemos mejor de nosotras mismas. Sin duda, este “legado” patriarcal incide en cómo te ves, cómo te vistes, qué comes, con quién te relacionas, qué permites; en definitiva, va configurando una existencia más humana o castrante.
Es preciso reflexionar que, si bien se trata de una violencia que ejercemos sobre nosotras mismas, en mayor o menor medida, por no alcanzar el ideal de mujer; la situación es igual o peor cuando caemos en manos de personas que juegan con la culpa y la vergüenza que sentimos para conseguir cualquiera de sus propósitos. Entonces, la provocadora fue de ella por viajar sola, por usar ropa “inapropiada”, por confiar con sus amigos hombres, por no avisar que su esposo la golpeaba, por no denunciar que de niña su padre la violaba.
La violencia de género se sirve de estos dispositivos emocionales para controlarnos, haciéndonos pensar que las normas no son las equivocadas, nosotras somos las “malas, putas, desobedientes” que no nos ajustamos a ellas. ¿Por qué no denunciamos a los agresores? Porque la culpa y la vergüenza son factores que indicen en nuestras decisiones, al no poder responder a los mandatos de sumisión, creemos que provocamos estas agresiones, además hay que sumarle los mensajes transmitidos por terceros: “ten paciencia”, “la vida en pareja no es color de rosa”, “tapa lo malo con lo bueno”, “solo es mal genio” y qué decir de las instituciones judiciales que nos miran con sospecha, pidiéndonos pruebas para creernos. ¿Hasta cuándo las mujeres continuaremos siendo las víctimas culpables?
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