Por: María Isabel Burbano
Quiso el destino, en una de esas coincidencias de la historia, que el mismo día que asesinaron a Salvador Allende y comenzó la dictadura de Augusto Pinochet en Chile (1973), cuando Al Qaeda chocó dos aviones comerciales en las torres del World Trade Center (2001). Que un mismo 11 de septiembre, falleciera en un hospital de Perú, la última de las figuras guerrilleras que quedaban en Sudamérica. Me refiero a Abimael Guzmán, líder de Sendero Luminoso (SL) hasta 1992 cuando un grupo de Inteligencia de las fuerzas del orden lo detuvieron en una casa de seguridad.
Quiso también el curso de la historia que esto sucediera cuando en el vecino país se acababa de elegir un gobierno de izquierda al que la oposición acusa de tener vínculos con este grupo guerrillero. Ahora el gobierno de Pedro Castillo se encuentra en la disyuntiva de si devolver el cadáver a su viuda, también presa e incomunicada con el exterior o si cremar el cuerpo y lanzar las cenizas al mar.
Cuando pensamos en Sendero Luminoso, el panorama se pone rojo. No solo por la línea de pensamiento de SL, para quienes el socialismo real era el chino de Mao, sino por la cantidad de muertos que, en nombre de esa naciente revolución, marcharon de este mundo. Sendero Luminoso rivalizó con la policía y el ejército, los muertos en esa época en Perú. El terror vino en su mayoría de esas fuerzas de seguridad. Esa revolución nunca llegó y el gobierno de Alberto Fujimori se deleitó humillando al cabecilla que otrora fue profesor de Filosofía y Derecho en la Universidad de San Cristóbal en Ayacucho. La única tierra donde germinó su forma de revolución.
Con la muerte del camarada Gonzalo volvemos a hablar de las guerrillas. Cuando parecía que ya no eran un tema de conversación a la hora del almuerzo. Cuando la derrota se las engulló. Las FARC se volvieron un partido político y los desertores aún pululan en la selva con los resto de un proceso de cambio que no han logrado entender. El ELN se reporta desde la clandestinidad tras el fracaso del proceso de paz. Un fracaso del gobierno democrático de Iván Duque que necesitan a fuerza un enemigo al que combatir. Con Guzmán muere definitivamente las guerrillas que conocieron nuestros padres y hermanos mayores.
¿Qué nos queda ahora? Una izquierda que camina entre las almas de los ciudadanos sudamericanos que esperan tener un pan para sus hijos y un techo sobre sus cabezas. El progresismo que espera uno de esos malos giros de la historia para regresar a cambiar el rumbo de sus países. Para que en una de esas coincidencias, los días que vengan sean de igualdad. Esa eterna utopía de la que hablaba Eduardo Galeano y la que nos hace caminar en América Latina.