El pasado 11 de febrero, los ecuatorianos asistimos a las urnas para elegir a nuestros representantes en la Asamblea Nacional. Nuestra obligación era decidir a quién entregaríamos esa responsabilidad por sus propuestas de campaña, el partido político al que pertenecían y hasta por su trayectoria política.
Al parecer eso se fue al tacho de la basura porque a los “Padres de la Patria” poco o nada les importaron esas consideraciones de los electores.
Las malas prácticas políticas del antiguo Congreso Nacional se hacen recurrentes, evidentes y negociables en pleno Siglo XXI. En una época en la que se supone habíamos madurado políticamente, en la que la politiquería supuestamente había sido desterrada, en la que el sistema político y democrático en la esfera pública, y a la interna de los partidos políticos, se había fortalecido.
Pero no, el popular “camisetazo” o teóricamente conocido, en Ciencia Política, como el transfuguismo político, vuelve a ser noticia en nuestro país. En menos de un mes, ocho asambleístas dejaron sus partidos, fueron separados o expulsados por no acatar, supuestamente, la disciplina partidaria
Pachakutik llegó con 27 legisladores y se quedó con 25, el PSC obtuvo 18 escaños y ahora tiene 14, la ID contaba con 18 voluntades pero ahora solo tiene 16 y a esa lista se suma UNES que ayer tuvo su primer tránsfuga.
¿Qué hay detrás de los “camisetazos”? Los cálculos políticos de los partidos para lograr una mayoría que les permita una gobernabilidad legislativa para la aprobación de leyes acordes al proyecto político del Ejecutivo.
Sin embargo, estas nuevas mayorías denominadas móviles son perniciosas para el Gobierno de turno y los partidos, porque se convierten en fusibles que pueden causar un corto circuito el momento de implementar el plan del Gobierno, tomando en cuenta que los “camiseteros” no estarán dispuestos a vender su voto por migajas, siempre exigirán más pasta y cuotas de poder.
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