Por: Daniela Rizzo / @loinquieto
En la primavera de 1929, el poeta andaluz Federico García Lorca se embarcó rumbo a Nueva York. Imagina lo que es dar la vuelta al mundo solo para olvidar a un amor. Federico hizo residencia en la Universidad de Columbia, en donde tomaba algunas clases pero, principalmente, se dedicaba a dar conferencias y escribir lo que sería el poemario Un poeta en Nueva York. Estos poemas revolucionaron no solo su vida, sino también el rumbo de la poesía contemporánea.
Ante todo, Federico era un hombre sincero, y no se puede ser poeta sin la sinceridad. Al llegar a Nueva York, el poeta se encontró con un mundo (un poco más) abierto a la homosexualidad. Esto debió ser un aliciente para su escritura, pero ¡cuidado! que en Nueva York no todo es lindo y brillante. Un poeta en Nueva York refleja la posición de García Lorca frente al capitalismo, es decir, su desprecio y asco.
Llegaban los rumores de la selva del vómito
con las mujeres vacías, con niños de cera caliente,
con árboles fermentados y camareros incansables
que sirven platos de sal bajo las arpas de la saliva.
Sin remedio, hijo mío, ¡vomita! No hay remedio.
Este fragmento forma parte del poema “Paisaje de la multitud que vomita”, en referencia a Coney Island. Los sueños de libertad y prosperidad se convierten en vómito ante los ojos de Federico, quien no pudo ver en vida la publicación de su obra Un poeta en Nueva York.
Imagina que en agosto de 1936, el poeta murió fusilado y todavía no encontramos su cuerpo. Unos meses antes, Federico había dejado casi listo su poemario escrito en Nueva York. Desde la tierra de los gitanos hasta los juegos de Coney Island, Federico García Lorca nos dejó un canto a la libertad absoluta lejos de todo convencionalismo social o religioso, libertad que significa ser uno mismo aunque cueste la vida.
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