Por: El Agorero de la Decadencia / @lombremono
La Edad Media en la vieja Europa incluía todas las medidas draconianas que los morenazis locales reclaman y otras penas incluso peores. Se gozaba de la pena de muerte —literalmente se la gozaba— y de hecho preferían esta medida a la cárcel. Habían muy pocas prisiones y estas solamente servían como sala de espera para el castigo final, pues mantener con vida un preso sin castigo era considerado un gasto inútil ¿suena conocido no?. El porte de armas era casi obligatorio como defensa necesaria en un entorno altamente violento, los castigos eran brutales y expuestos, a saber, este era el principio rector de la justicia en la Edad Media: la publicidad, lo que quiere decir, que los castigos se ejecutaban en público con el objetivo de disuadir a otros de cometer el crimen. Los cadáveres quedaban expuestos durante largo tiempo, a veces hasta años para que se recuerde tanto el crimen como el castigo.
La violencia era una forma de relación social completamente aceptada, cualquier agresión o transgresión se castigaba con violencia, la mayoría de veces la violencia del castigo era mayor que la del crimen. El famoso ojo por ojo exagerado hasta niveles inverosímiles por la supuesta efectividad del escarmiento.
Había una gigantesca desproporción en las penas, aunque en efecto habían multas y sanciones como el destierro, los castigos eran preferentemente corporales, en buena parte de los casos se esforzaban por castigar el órgano con el que se produjo el crimen, así las penas incluían el vaciamiento de los ojos con cucharas, la castración, marcas infamantes, mutilaciones, desmembraciones y, por supuesto, los azotes. Al llegar a un pueblo en esa época nos encontraríamos con una picota, un palo gigante donde estarían expuestos los cadáveres castigados que dejaría claro como se trata a los trasgresores de la ley en dicho pueblo.
Muchos de nuestro coetáneos vengativos —¿y por qué no decirlo? medievales— estarían felices con la aplicación actual de éste tipo de penas, mismas que dan cuenta de la brutalidad de la civilizada Europa, pero cabe preguntarse si estos castigos reducían el crimen, es decir, si eran efectivas. La historiografía da cuenta de un sin número de relatos que demuestran que siempre la desesperación y las condiciones materiales superaron al miedo. En Ecuador hay un gran ejemplo que nos permitirá demostrar la ineficiencia de la represión, así, con décadas de mano dura: un modelo exitoso solamente ha logrado volver cada vez más violenta y eficaz a la delincuencia, a las organizaciones criminales. Es importante saber que históricamente los delitos en Guayas y Pichincha han sido proporcionales, es decir, más o menos son siempre la misma cantidad, con la diferencia de que en Guayas, en Guayaquil específicamente, los delitos son contra la vida y en Quito contra la propiedad. Esto —lo afirmo— gracias al modelo represivo. Si en vez de enfrentar las condiciones estructurales se compra metralletas, lo único que se logra es que las organizaciones criminales se compren metralletas.
No, amiges. Este tipo de penas jamás resultan efectivas, aunque el primer momento de terror entre los posibles delincuentes las haga parecer efectivas, solamente ocultan de manera más eficiente los crímenes como pasa con la homosexualidad proscrita en sociedades como Irán, Pakistán, Kuwait o Arabia Saudi La modernidad y antes la ilustración nos ha permitido superar —al menos temporalmente— éstas lógicas arcaicas y nos han ido dejando un sin número de ejemplos y creaciones conceptuales que oponiéndose a la lógica religiosa del castigo y el suplicio, cada vez que se aplican generan resultados positivos.
Pero esta misma certeza me ha llevado —estos días de ricos debates al respecto— a pensar en un hecho que me preocupa mucho, que con base en estos últimos 25 de experiencia y activismo político he llegado a la conclusión de que el Estado de ninguna manera puede encarnar el bien común, pues al ser una herramienta de dominación de clase, es decir la herramienta que usan las diferentes burguesías y élites para mantener y gestionar la desigualdad, estos cambios estructurales que exigimos a los cuatro vientos, ¿cómo los vamos a conseguir?
El Estado aunque tenga momentos de lo que Marx llamaba “autonomía relativa” vuelve siempre a ser un instrumento de dominación de clase. Es más, estoy seguro de que los cambios estructurales que nos librarían de la violencia pasan necesariamente por afectar los intereses de los más ricos -que son quienes se esfuerzan denodadamente en implementar las políticas medievales que he mencionado-, es decir, pasan por cuestionar los procesos de acumulación y esto tiene una lógica.
Con mucha ligereza decimos que hay que actuar sobre las estructuras y con eso calmamos nuestras consciencias, con esa misma facilidad con la que otros muchos le exigen al Estado esos mismos cambios como si éste fuera un ser todopoderoso capaz de encontrar esas soluciones, pero —a mi juicio— éste no puede ser sino un llamado a una revolución que remueva desde sus raíces el sistema político, cultural y económico que mantiene todavía estas consciencias medievales y que da pie a las prácticas medievales que tan apasionados muchos progres defienden. El proyecto de ley ha sido presentado en la Asamblea y en tiempos en que se ganan votos ofreciendo castigos podría tranquilamente prosperar.
A este proceso de ganar popularidad ofreciendo penas se le conoce como populismo penal y está presente en la última etapa del gobierno correista tanto como en la etapa actual. El COIP y las cárceles de alta seguridad son verdaderos monumentos del populismo penal.
Desde la misma perspectiva de clase desde la que he planteado que la solución estructural no puede venir del Estado, planteo que no hay cosa más absurda que aumentar el poder punitivo del Estado. Esta medida es lo más contraproducente y hasta suicida que puede hacer una sociedad, aún cuando fuera la castración química a violadores de menores comprobados. Cada vez que el Estado incremente su capacidad de castigar o como quieren los medievales, cada vez que el Estado aumente su capacidad de vigilar como piden a gritos los neonazis: la capacidad de éste órgano para perseguir y atemorizar a la población se incrementará y con ello una sociedad basada en el terror como quieren los nazis se volverá concreta. Ahí está otra vez la relación entre esas propuestas y las posiciones fascistas.
Si no viene del Estado la respuesta ¿desde donde debe venir? Bueno, esa respuesta la empiezo a esbozar el próximo lunes cuando les presente una crítica a la renta básica.