¡Espumilla!
¡¡Eeeeeespumiiiillaaaaaa!!
Ahí va Doña Lourdes, con su bandeja blanca; ahí va la señito con sus conos de galleta, ahí va con su espumilla de colores, con su voz de soprano andina, con esa entonación y timbre que cualquier actriz de teatro envidiaría, y eso que no siguió clases de voz ni de tú ni de usted.
Manjares hay, manjares existen, de los que cuestan un dolor de cabeza y un cosquilleo desagradable en el bolsillo. Pero hay uno que con unos cuantos centavos logra quitar las penas, las iras, los dolores y hasta el llanto.
¿Está deprimido? Espumilla.
¿Se quedó sin trabajo? Espumilla.
¿Su esposa lo abandonó un martes? Miércoles de espumilla.
¿Le diagnosticaron diabetes? Un cono de espumilla antes de ir a emergencia.
¿Ya no cumple entre sábanas? Espumilla con colorante azul.
Cuentan que Doña Lourdes vive en una casa arrendada en el barrio San Roque. Gracias a su espumilla hasta los choros la protegen: es como su virgen de los milagros que les endulza el paladar. Si los martes no comen espumilla, no tendrán nada que robar hasta el viernes. Cuentan que vive con sus dos pequeños hijos y su marido, el Vinicio. Se levanta a las 4am. Dicen que es ella la que despierta a los gallos y la que bate claras de huevos como si fuera a exorcizar a todo el barrio.
Así es ella, de tez morena y dos trenzas larguísimas que le bailan en el asfalto. Mide lo mismo que su madre y su abuelita: más de un metro y menos de uno cincuenta; no lo sabe con exactitud, pero calcula que por ahí más o menos. Sus ojos, dibujados por algún pícaro ladronzuelo, no dejan de bailar cuando vende que te vende, cuando grita que te grita: ¡eeeeespumiiiiiillaaaaaa!
El Vinicio, que trabaja de sol a sol tú eres para mí -canción que le dedicó hace diez años, y que ahora se ha convertido en de luna en luna tú eres espumilla-, jura que a su esposa no la parió su madre, que nació de un huevo gigante lleno de claras y azúcar. Para colmo, su biberón nunca tuvo leche, sino jugo de guayaba.
-Ay mi Lourdes, maravilla de mujer, hasta más mejor que la mujer maravilla. Casi ni duerme por andar de espumillera. Entre comprar los ingredientes, preparar la venta, cuidar los guaguas y mimarme por las noches, ya no tiene vida, la pobre. ¡Pero es feliz, extrañamente feliz!
Comentan sus vecinos que ella huele a guayaba a kilómetros, que es un perfume natural, que hasta cuando se muera en su tumba han de criar árboles de guayaba. Que una vez quiso donar sangre, pero le salió espumosa, y le diagnosticaron exceso de ternura. Que, en un hospital del IESS, un 14 de enero, toditos le compraron espumilla con arrope de mora, y desde ese día son los médicos más amables del mundo. Y paciente grave que pide espumilla, de ley se muere, pero de contento.
Lourdes, debe tener 52 años. Nunca a prendió a leer ni a escribir, pero siempre fue hábil para cualquier tipo de manjar. A su marido no le gusta verle enojada porque dice que es una leona come gacela de cuidado. Cuenta que una tarde, una de sus amigas, que vende empanadas de verde, fue asaltada por unos cinco policías metropolitanos que pretendieron llevarse su mercadería.
La Lourdes salió de algún rincón, disparada como alma que lleva el diablo o como flecha envenenada, y ahí nomás se enfrentó con los uniformados. Les dijo de todo, les rezó su árbol genealógico desde sus primeras abuelas y, no conforme con el vocabulario de grueso calibre que se necesita en esas lides, les embadurnó la cara con su amada espumilla, hasta que los pobres tuvieron que salir huyendo, aterrorizados. Se supo que uno de ellos, después del altercado con Lourdes, renunció ipso facto y ahora anda vendiendo dulce de guayaba en los buses.
También cuentan los que cuentan, que un alemán probó una espumilla de la Lourdes, y no podía creer que existiera un helado tan sabroso que, además, no se derretía ni con un sol canicular. En honor a la Lourdes y a su espumilla, se nacionalizó ecuatoriano y, ahora se llama Espumillo Shumacher.
La noche se cubre con una manta rojiza, y Lourdes, sueña que te sueña que algún día, ese alfabeto que no conoce bien, se vuelva espumilla en sus ojos y arrope de mora en sus manos.