Por: Macarena Orozco / @MacaOrozco3
I
Nuestros cuerpos son diversos, nuestras vaginas, las vaginolastias, las faloplastias, los senos de carne o de silicona, lo que somos no se reduce una categoría sexo-génerica sino a algo mucho más complejo: la identidad. Hablar de la identidad trans implica entender existen las vidas anónimas y olvidadas.
El 27 de noviembre de 1997 se eliminó del Código Penal del Ecuador el artículo 516, que sancionaba la homosexualidad con ocho años de cárcel. Detrás del proceso de despenalización estuvieron varios grupos y organizaciones LGBTI, pero el trabajo que más destacó fue el de las mujeres trans. Por entonces, el imaginario sobre las mujeres trans giraba únicamente en torno al trabajo sexual, y según el activista Jorge Medranda, en década de los noventa, debido a ciertas posiciones machistas, resultaba imposible pensar que las travestis y transexuales pudiesen organizarse. Las personas trans eran invisibles y siguen siéndolo.
II
Lo trans irrumpe en lo cotidiano, cuestiona el género, la genitalidad, la política y la biología, pues plantea nuevos procesos identitarios. Las identidades que se construyen fuera la lógica binaria se excluyen de lo social, de la participación política y de cualquier tipo de garantía laboral. Resulta usual encontrarse con una notas de crónica roja sobre mujeres trans asesinadas en contextos de delincuencia o prostitución. Este tipo de violencia es tan frecuente, que estas noticias no sorprenden, sino que se han convertido en la nota de relleno de los diarios. Sin embargo, lo que resulta interesante es que la violencia hacia las mujeres trans sea aceptada en la cotidianidad, mientras que la existencia del cuerpo trans incomode.
El cuerpo es un lugar de disputa, es ese lugar físico en el que exploramos una parte de nuestra identidad; es donde se nos impone la noción de vergüenza y pudor, donde habita el placer y el dolor, pero es también un espacio donde podemos repensarnos. De este modo, la identidad no depende esencialmente del genital, pues se construye o, si es el caso, deconstruye, a través del contexto socio-cultural.
III
La identidad trans no es nueva. El emperador romano Heliogábalo es una de las primeras personas transexuales de las que se tiene registro histórico. En el caso del mundo andino, también existe un registro histórico sobre el cuerpo trans. Los enchaquirados, por ejemplo, son el pasado histórico sexual de lo que hoy conocemos como Guayaquil. Para los Huancavilcas, la actividad homosexual estaba dotada de una carga religiosa y cultural. Con la llegada de la colonia, las prácticas religiosas y sexuales fueron suprimidas, y se establece la lógica del sexo con una función netamente reproductiva. Por otro lado la idea de raza, definió la dinámica económica y social de América, y, en consecuencia, esta dinámica social produjo un proceso de deserotización del cuerpo – sobre todo del cuerpo indígena – y la naturalización del pensamiento binario masculino positivo y el pensamiento binario femenino negativo.
Por lo tanto, desprenderse del pensamiento binario también implica un proceso decolonial en el que se entiende el cuerpo y su pasado. El escritor chileno Pedro Lemebel, después de su viaje por la Gran Manzana, reflexionó sobre las diferencias entre lo marica y lo gay, entre el europeo blanco, académico y homosexual frente al maricón, sudaca, pobre, de tez oscura, amigo de las travestis, las trans y las prostitutas del barrio. Desde este sentido de lo popular, se plantea una nueva forma de entender el cuerpo trans y sus escenarios. Cuando Lemebel nombra a la “Putifrunci” o a la “Poto asesino” no habla de una cifra o de una estadística, habla de la condición humana que está detrás; habla del abandono, del miedo, de la calle, del chulo, del VIH y de las asesinadas. Se habla de una comunidad que sobrevive al margen de la sociedad.
IV
En los últimos años, las personas trans, los activistas y los académicos han puesto en debate las condiciones de vida de la población trans y la necesidad de políticas públicas que garanticen el acceso a salud, trabajo y educación para la comunidad. Las soluciones que giran en torno a cuotas laborales, no resuelven el problema de discriminación sino que apuntan a una solución únicamente cualitativa. Al problema de discriminación por género se añade el de segregación racial que incrementa la pobreza y el trabajo sexual. De este modo, los derechos y libertades de las personas sexualmente diversas están condicionadas a procesos violentos de blanqueamiento. Es por eso que las personas trans necesitan un espacio para ser escuchadxs, para presentar sus demandas y generar cambios a largo plazo. El 20N, el noviembre trans, no es solo un punto de encuentro para todxs, es también un manifiesto político.
Para resignificar el imaginario trans y marica en América Latina, se requiere decolonizar el pensamiento para erradicar las prácticas cotidianas que perpetúan los discursos de discriminación. Es necesario politizar la escritura, la voz y el lenguaje. Aquí no termina el proceso de decolonización, apenas inicia, y como diría la escritora Gabriela Wiener, nos queda por decolonizar la cama y el deseo.