Alexis Ponce
El afiche anexo circuló en la Inglaterra del siglo 19 atacando con vurilencia y pavor a la primera vacuna contra la viruela (epidemia que había matado a millones de personas en el mundo). El cartel hacía creer a la gente sin educación y a la gente educada, que la vacuna convertiría en vacas a las mujeres.
La oleada de ignorancia anti-vacuna en el llamado Occidente (eso incluye a Macondo, queridos lectores sin memoria geográfica), es tan nociva como esa histérica campaña de finales del siglo XIX cuando nació la primera vacuna contra la viruela.
Los curuchupas (iglesias, políticos, extremas derechas y otras gentuzas) en plazas llenas, diarios y periódicos, carteles y afiches, púlpitos y congresos, proclamaron su negativa a la primera vacuna.
Difundieron la perversa y risible tontería de que las mujeres y los niños que se vacunaran, se convertirían en vacas y terneros.
¿Qué pasa hoy?
Pero hoy es peor: «la red social ha universalizado la estupidez y la ignorancia». Esto podría constatarlo una vez más, un crítico de la liviandad fascistizada de las redes sociales, Umberto Eco, si aún viviera (cuánta falta hacen, en este momento, pensadores así al árido mundo de la segunda ola Covid-19 en camino).
Carl Sagan
El querido y más reconocido difusor de la ciencia en el siglo 20, Carl Sagan, que murió de un cáncer y fue amenazado de muerte por los cruzados anti-ciencia que en la actualidad apoyan a Trump y gobiernan como asesores senior en los EEUU; luchó hasta el final de su vida -y en su último y maravilloso libro lo reafirmó- contra el pensamiento ya ni siquiera mágico o cuántico.
Más bien un pensamiento medieval, y contra la ignorancia dogmática de las muchedumbres hipnotizadas por los nuevos Hamelin anti-ciencia, anti-vacuna, anti-Rusia anti-Cuba anti-China, anti-OMS, anti 5-G, anti-todo.
Sagan decía: «La ciencia se basa en la pregunta y duda constante. Solo las religiones y dogmas argumentan desde las certezas de la fé».
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