Por: Sebastián Tamayo Villarroel
Twitter: @tamayo95se
Quienes nacimos a finales de los noventa, vivimos nuestros primeros años de vida, envueltos en destituciones y sucesiones arbitrarias de poder. Con el pasar de los años sentíamos lejanos esos eventos pues, conforme crecíamos, la situación política en el Ecuador se estabilizaba. Las historias, del loco que ama, de la presidenta que duró en Carondelet cinco días, la proclamación de Fabián Alarcón, la caída de la Democracia Popular y la de Lucio Gutiérrez, parecían ser solo eso: historias.
En las páginas de la política ecuatoriana, además de golpes de Estado desde el Legislativo, el hombre del maletín tuvo gran protagonismo. Sin él, la votación del extinto congreso no era posible. Otra fabula vergonzosa que creímos relegada a los libros de historia.
La obra del régimen de Lenín Moreno para los jóvenes fue garantizar que tengamos nuestra propia versión de la partidocracia y de la larga noche neoliberal. Aunque el presidente no cambió, vamos por el cuarto vicepresidente, como si se tratara de un cargo de libre remoción, sujeto al cambio de la correlación de fuerzas de los poderes que pugnan tras los bastidores de Carondelet.
Al igual que en los noventa, en este gobierno presenciamos la ausencia del mandato soberano y la omnipotencia de las fuerzas políticas que lideran el país. Tenemos presidente pero, presumo, no es él quien gobierna. Durante estos tres años avizoramos el resurgimiento del hombre del maletín, con nuevas prácticas y sin maletín pero, con las mismas funciones: garantizar la votación en la Función legislativa. Antes era con dinero en efectivo, ahora con contratos millonarios, carnés de descuento tributario (CONADIS), entre otros.
Ahora entendemos el país que nuestros padres contaban. Gracias al gobierno actual corroboramos que la “larga noche neoliberal” no fue solo un discurso retórico.