Quito, 21 jun. (La Calle). -Este 2020 pasará a la historia no solo por las dificultades económicas y el COVID-19, si no por ser el año en el que aprendí a valorar realmente los festejos.
He redescubierto la importancia de las fiestas caseras. Íntimas y domésticas como la vida, donde nadie se ha preparado en exceso. El desayuno en pijama, el café, las frutas y el pan. Eso es todo. Pronto las primeras bromas surgen acompañadas de sonrisas, de abrazos con modorra tibia y caricaturas infantiles que aseguran, que ese dibujo sobre el papel soy yo.
A crayón y acuarela, muestro una sonrisa tan amplia y profunda, que me quito los lentes para ver mejor. Tengo el pelo rasta y uso corbata. Supongo para mi hijo pequeño (cinco años), debería usar un atuendo formal con más frecuencia, un pantalón amarillo que compita con el sol y jamás cortarme el pelo.
De todos esos detalles, no puedo desprender la mirada de la sonrisa que luzco en su arte manual.
Hijo, quisiera preguntarte: ¿he sonreído tanto en este año tan duro?, ¿me has visto así de feliz cuando te he confesado mi preocupación por las deudas y la pandemia? Me has visto llorar y, sin embargo, me dibujas sonriendo. ¿Cómo agradecértelo?
Hoy también aprendí otra cosa: los caminos que escogiste son válidos también para quienes creen en mi. Mi hijo mayor (tiene 11) escribió una carta en la que describe su compromiso con el país: “Creemos que la idea del cambio político es que tenemos la necesidad de arrebatar, pero cuando aprovechemos el amor, ganaremos grandes cosas. Corre al rescate y la paz llegará después”.
Queridas y queridos lectores: este 2020, duro por donde se le mire, es generoso en lecciones. Los padres debemos luchar contra todos los miedos, vencerlos y estar a la altura de los sueños de nuestros niñ@s.
Feliz Día a todos. Y a las madres que son padre y madre.