Quito, 19 de junio (La Calle).- Un reciente estudio del MIT revela que delegar la escritura a ChatGPT disminuye significativamente la actividad cerebral, la creatividad y la memoria de los usuarios. Expertos advierten sobre la “deuda cognitiva” que genera la IA y enfatizan la importancia del pensamiento crítico y la curiosidad en la era digital.
La promesa y el riesgo de escribir con IA
A medida que la inteligencia artificial se integra cada vez más en nuestras vidas, surgen preguntas fundamentales: ¿nos vuelve más eficientes o más dependientes? ¿Nos ayuda a aprender o nos está robando esa oportunidad? Un nuevo estudio experimental del MIT Media Lab sugiere que esta revolución tecnológica podría tener un costo oculto: la disminución de nuestra actividad cerebral y creativa. Lejos de demonizar la IA, estos hallazgos invitan a una reflexión crítica sobre cómo y cuánto delegamos en herramientas como ChatGPT.

El uso excesivo de asistentes de IA como ChatGPT plantea dudas sobre su impacto en el cerebro humano.
El estudio, titulado “Your Brain on ChatGPT: Accumulation of Cognitive Debt when Using an AI Assistant for Essay Writing Task” (Tu cerebro con ChatGPT: acumulación de deuda cognitiva al usar un asistente de IA para la redacción de ensayos), fue liderado por la investigadora Nataliya Kosmyna en MIT.
Durante cuatro meses examinó a 54 estudiantes universitarios de 18 a 39 años, divididos en tres grupos: uno escribió ensayos asistido exclusivamente por ChatGPT, otro utilizó buscadores web tradicionales (como Google) y el tercero escribió solo con su propio cerebro, sin ayudas externas.
Todos redactaron tres ensayos tipo SAT en sesiones separadas, y en una cuarta sesión final se invirtieron los roles para observar la adaptación tras habituarse a un método u otro. Durante las tareas, se monitoreó la actividad cerebral de los participantes mediante electroencefalogramas (EEG) en 32 regiones distintas.
Asimismo, se evaluó la calidad de sus textos con docentes humanos y un sistema automatizado, y se entrevistó a los estudiantes sobre su experiencia y percepción de autoría.
Menos esfuerzo mental, ¿menos aprendizaje?
Los resultados fueron contundentes. Cuanto más “inteligente” y autónoma la asistencia, menor esfuerzo cognitivo aplicaron los participantes, con posibles consecuencias negativas para el aprendizaje. El grupo que usó ChatGPT mostró la menor actividad y conectividad neuronal, especialmente en las ondas asociadas a la atención sostenida y la memoria de trabajo (bandas alfa y beta).
En promedio, su cerebro trabajó casi la mitad que el de quienes escribieron por su cuenta. Dicho de otro modo, apoyarse en la IA redujo la carga mental… demasiado. Los investigadores lo describen como incurrir en una “deuda cognitiva” que, si se acumula, podría conducir a una atrofia de habilidades a largo plazo.
Caída de hasta 47–55% en actividad cerebral
La conectividad entre regiones del cerebro se redujo aproximadamente a la mitad en el grupo asistido por IA. Este menor encendido neural significa que áreas clave para pensar, recordar y tomar decisiones estaban mucho menos activas en comparación con quienes escribieron sin ayuda. Incluso el grupo que usó Google mostró más actividad cerebral que quienes recurrieron a ChatGPT.
Textos “planos” y poca originalidad
Los ensayos escritos con ayuda de ChatGPT fueron calificados como repetitivos, genéricos y sin creatividad por evaluadores humanos. Un docente resumió: “Estos ensayos, aunque impecables en gramática y estructura, carecen de matices personales y parecen escritos por una máquina”. El análisis lingüístico mostró que los textos generados con IA reutilizaban vocabulario y estructuras de forma mucho más homogénea, evidenciando una falta de variedad e imaginación.
Memoria y autoría debilitadas
Quizá lo más preocupante fue la escasa retención y sentido de propiedad sobre el trabajo. Solo 1 de cada 6 estudiantes que usaron ChatGPT pudo recordar o citar correctamente una frase de su ensayo pocos minutos después. En contraste, la gran mayoría de quienes escribieron con su mente (y hasta con buscador) rememoraron sin problemas lo que habían redactado.
Además, apenas 50% de los usuarios de IA sintieron el texto como propio, a menudo describiéndolo como “demasiado genérico o robótico”. En el grupo “solo cerebro”, el 89% afirmó con rotundidad que el ensayo era realmente suyo. Esta desconexión se refleja en comentarios de participantes que admitieron una autoría fragmentada: muchos se dieron solo un crédito parcial, sintiendo que el texto no les pertenecía del todo pese a haberlo editado.
Dependencia de la IA: “deuda cognitiva” y efecto a largo plazo
El fenómeno que describe el estudio se asemeja al conocido “efecto Google” –la tendencia a recordar dónde encontrar información más que la información en sí– pero potenciado. Al delegar en ChatGPT la generación y estructuración del texto, los estudiantes evitaron el esfuerzo de producir ideas y conectarlas, lo que derivó en un aprendizaje más superficial. Los autores advierten que el cognitive offloading (delegar procesos mentales en herramientas externas) puede fomentar una actitud pasiva, mermar el pensamiento crítico y limitar la capacidad de aprendizaje autónomo. De hecho, en el estudio el grupo asistido por IA tuvo peor desempeño que sus pares en todos los niveles evaluados –neural, lingüístico y académico– pese a contar con la ventaja tecnológica.
Un hallazgo revelador fue lo que ocurrió cuando se invirtieron los roles en la sesión final. Aquellos participantes que habían dependido de ChatGPT por varias semanas sufrieron para escribir sin él: su cerebro seguía “apagado”, sin recuperar los niveles normales de actividad, lo que sugiere cierta atrofia o pereza mental adquirida. En cambio, los que originalmente habían escrito sin ayuda mostraron un pico de actividad cerebral al usar por primera vez la IA, activando zonas relacionadas con memoria visual y toma de decisiones. Es decir, quienes ya dominaban la tarea por sí solos pudieron integrar la herramienta de forma más crítica y eficiente, mientras que los acostumbrados a la “muleta” digital perdieron soltura al quitársela.
Estas observaciones respaldan la idea de que la IA puede complementar el aprendizaje, pero difícilmente reemplazarlo sin costo.
En contextos educativos, una adopción indiscriminada de asistentes de IA podría conllevar una pérdida real de capacidades fundamentales como la argumentación, la memoria o la creatividad, concluyen los investigadores. A largo plazo, la “deuda cognitiva” acumulada se manifestaría en profesionales menos autónomos y más dependientes de ayudas externas para pensar.
Voces expertas: cuidado con la atrofia mental
Lejos de plantear una tecnofobia, los expertos llaman a abordar esta cuestión con sentido crítico y medidas proactivas. La psiquiatra Zishan Khan, quien trabaja con adolescentes en entornos escolares, advierte que el uso excesivo y demasiado temprano de estas herramientas puede debilitar las conexiones neuronales responsables de retener información, recordar hechos y desarrollar resiliencia cognitiva. En palabras de Khan, abusar de la IA en etapas formativas “podría debilitarse [las] conexiones neuronales que ayudan a retener información… y desarrollar resiliencia”. Por ello, recomienda retrasar la incorporación de asistentes como ChatGPT en la educación de niños y jóvenes hasta que hayan consolidado sus propias habilidades cognitivas.
Nataliya Kosmyna, autora principal del estudio, comparte esa preocupación.
“El cerebro necesita desarrollarse de forma analógica antes de depender de herramientas digitales”, afirma, enfatizando que exponer a niños pequeños a estos modelos podría ser desastroso. Su inquietud llega al punto de imaginar un escenario distópico de “jardines de infancia con GPT” –una idea que califica de nefasta. Tanto Kosmyna como otros investigadores del MIT subrayan que las políticas educativas deben comprender y gestionar esta nueva deuda cognitiva: aprovechar los beneficios de la IA sin sacrificar el desarrollo integral de los estudiantes.
Expertos en educación y tecnología también ponen el acento en fortalecer nuestras capacidades humanas frente a las facilidades de la máquina. La especialista en educación y tecnología Melina Masnatta define el pensamiento crítico como “el proceso vs. la respuesta automática de una IA; la capacidad de cuestionar, de observar más allá de lo evidente… de tomar distancia de la información para analizarla, contrastarla y generar juicio propio”. En otras palabras, pensar críticamente “no se conforma con respuestas automáticas ni verdades cerradas”, sino que implica detectar sesgos, examinar la evidencia y resistir la tentación de la inmediatez digital. Es una habilidad que, según los especialistas, resulta cada vez más vital en esta era de algoritmos omnipresentes.
Del lado neurocientífico, este estudio del MIT se suma a un cuerpo creciente de investigaciones sobre cómo las nuevas tecnologías afectan nuestro cerebro.
Si bien la IA puede agilizar tareas antes laboriosas, los científicos sugieren que debemos prestar atención a su influencia en la neuroplasticidad. La reducción de esfuerzo mental que proporciona un chatbot podría, con el tiempo, reorganizar nuestros circuitos de aprendizaje. “Pensar es como un músculo: si no lo ejercitas, se debilita” –es un adagio repetido por educadores que ahora cobra nuevo sentido a la luz de la IA. Los hallazgos de MIT, en esencia, nos recuerdan que no existe almuerzo gratis cognitivo: cada atajo tecnológico podría estar cobrándonos un peaje silencioso en forma de neuronas subutilizadas.
Aprender a convivir con la IA: hacia un uso crítico y equilibrado
Entonces, ¿cómo avanzar hacia una educación que incorpore la inteligencia artificial sin sacrificar el intelecto humano? Los autores del informe sugieren un enfoque de equilibrio. No proponen prohibir ChatGPT ni volver a la era de la pluma y el papel, sino estrategias híbridas: usar la IA para tareas rutinarias o de apoyo, pero mantener la exigencia de que estudiantes generen y organicen sus propias ideas de forma autónoma. En la práctica, esto podría implicar por ejemplo que un alumno utilice ChatGPT para obtener referencias o verificar gramática, pero que el esquema argumental y las reflexiones provengan de su cosecha personal. Del mismo modo, se aboga por desarrollar en las aulas habilidades digitales junto con ejercicios deliberados de memoria, creatividad y debate sin asistencia, para fortalecer esos “músculos” mentales.
También es clave fomentar la curiosidad y la creatividad intrínsecas. Si la IA tiende a ofrecer respuestas homogenizadas, corresponde a maestros y mentores incentivar preguntas originales, perspectivas diversas y la exploración más allá de lo predecible. La comodidad nunca debería desplazar a la curiosidad. Como señala la experta Masnatta, pensar críticamente es “resistir la velocidad con pausa, la repetición con reflexión”. Es decir, atrevernos a profundizar donde la máquina se quedaría en la superficie.
El estudio del MIT no demoniza a ChatGPT ni a la inteligencia artificial; más bien nos pone un espejo
Muestra nuestra propia pereza mental cuando optamos por el atajo fácil. La conclusión es un llamado a la mesura y a la conciencia. Fortalecer el pensamiento crítico, la creatividad y la curiosidad resulta imprescindible en tiempos de IA omnipresente. Así como enseñamos higiene para la salud física, necesitaremos enseñar una especie de higiene cognitiva para la salud mental: saber cuándo apoyarse en la tecnología y cuándo es momento de apagarla para pensar por uno mismo. Solo así podremos convertir a herramientas como ChatGPT en aliadas de la educación, y no en sustitutas insidiosas de nuestra capacidad de imaginar y razonar.
Los desafíos están sobre la mesa. En palabras de los investigadores del MIT, aprovechar los beneficios de la IA sin incurrir en una pérdida de capacidades humanas será “clave para diseñar políticas educativas” acertadas en esta nueva era. La inteligencia artificial puede ser una extraordinaria herramienta, pero nuestro cerebro sigue siendo insustituible. Depende de nosotros mantenerlo activo, despierto y creativo, incluso –y especialmente– cuando la tentación digital nos ofrezca hacer el trabajo por nosotros.