Por: María Isabel Burbano / @rizossalvajes
Quito, 27 sept (La Calle). – En el amplio territorio de la literatura latinoamericana desde mediados del siglo XX, los rostros masculinos tienden a surgir. Sin embargo, es preciso y necesario recordar a las escritoras de ese período, una constelación brillante de talento, donde la argentina Alejandra Pizarnik siempre deslumbra.
El 25 de septiembre de 1972, decidió poner fin a su vida. Alejandra vivió siempre en depresión en una época en la que esta enfermedad no tenía el tratamiento adecuado en los hospitales psiquiátricos. 50 años han pasado ya desde que escribiera una última frase en su pizarrón. “No quiero ir/ nada más/ que hasta el fondo“.
Estoy segura que el averno no es lugar para una escritora de su tamaño. Desde la poesía, Pizarnik mantenía a los demonios a rayas o quizá los dejaba en libertad. Las vanguardias que en ese tiempo ya habían despegado en Europa, le permitieron expresarse de una manera distinta. Para entender la poesía de Alejandra, hay que proponerse no entenderla en absoluto, pero si dejarse llevar.
La última inocencia (1956), Árbol de Diana (1962) o La Condesa sangrienta (1971) son algunos de sus poemarios que comprenden una vasta obra. Tal vez lo más remarcable de Alejandra sea su diario, allí guardaba sus pensamientos sobre lo que la rodeaba. Un diario contiene tanta memoria, leer el de esta poeta nos permite adentrarnos en su locura que, contrariamente a lo que podríamos pensar, estaba llena de cordura y reflexión.
Les recomiendo ver el documental Alejandra (2013), donde Ernesto Ardito y Virna Molina construyen, a través de testimonios de familiares y amigos de Alejandra, el retrato de una niña de raíces judías ávida por leer, una joven reflexiva que fue a la facultad de Filosofía y Letras (donde casualmente Jorge Luis Borges daba cátedra) para aprender y seguir leyendo. Una mujer atormentada por el mundo que encontró en la poesía y la memoria una forma de vivir, pero que no fue suficiente para llevar el duro peso de la realidad.
Hace medio siglo, Pizarnik se unió a ese grupo de escritoras que le pusieron fecha de término a sus vidas. Sylvia Plath, Anne Sexton o Alfonsina Storni, quienes se fueron pronto, pero nos dejaron la inmensidad de su talento.