Quito, 16 may (La Calle).- Cada 16 de mayo, sin decretos ni campañas oficiales, se levanta una fecha que no necesita permiso: el Día Mundial del Heavy Metal. No aparece en los calendarios institucionales, pero está grabado en la memoria colectiva de millones de personas que encontraron en esta música una forma de vivir, de resistir y de decir lo que otros callan.
El día se eligió por una pérdida: la muerte de Ronnie James Dio, voz de bandas como Rainbow, Black Sabbath y Dio, ocurrida en 2010. Su legado no solo es musical. Fue él quien popularizó el gesto de los cuernos con la mano, convertido en símbolo global de una cultura que se mueve en los márgenes, pero que tiene décadas marcando historia.
El heavy metal nació del ruido industrial y las tensiones sociales. Con guitarras filosas y letras que hablan de guerra, religión, muerte, poder, soledad, rabia o esperanza, este género ha sido refugio para juventudes, trabajadores, estudiantes, migrantes. Gente que no se siente representada en lo que se les impone como normal.
En Ecuador, el metal ha sobrevivido con tozudez: en casas ocupadas, bares barriales, fanzines, grabaciones caseras y conciertos autogestionados. Sin grandes sellos ni medios tradicionales que lo impulsen, se mantiene vivo. Y eso dice mucho.
El metal no necesita validación institucional para existir. Cada vez que una banda ensaya en una bodega prestada, cada vez que alguien canta en medio del pogo, el género se defiende a sí mismo. No como moda, sino como una manera de decir: aquí estamos. Seguimos sonando.
Porque no es solo música. Es comunidad. Es voz colectiva. Es memoria. Y cada 16 de mayo, esa memoria hace más ruido.