Quito, 28 ene (La Calle) . – En el tren de Guayaquil a Quito viajaba un grupo de presos políticos. Todos liberales. Uno de ellos tenía la cabeza llena de canas, estaba cansado. Tenía
el semblante de un hombre que se encamina a la muerte, como el ocaso que precede al anochecer. Era Eloy Alfaro y el ferrocarril en el que viajaba lo había construido él.
Recordamos “la Hoguera bárbara” no desde hace mucho tiempo. La figura de Alfaro fue desdeñada en toda la época plutocrática, el velasquismo, la dictadura y una parte del regreso a la democracia. Ecuador fue, durante mucho tiempo, ingrato con el general.
A pesar de todos estos años, a muchos nos parece inverosímil que las turbas fúricas de Quito hayan acabado con la vida del general al que vieron alzarse victorioso en la presidencia por dos ocasiones. La Hoguera bárbara, relato biográfico de Alfredo Pareja Diezcanseco nos da la pista necesaria para entender quién asesinó a Eloy Alfaro.
¿Quién fue? El pueblo era solo un mero instrumento, una herramienta para que
los enemigos políticos de Alfaro, los conservadores de la Costa y Sierra retomen el poder que la Revolución de 1895 les había arrancado de un cuajo. ¿Quién mató a Alfaro? La prensa de la época que, con titulares sensacionalistas, manipuló las emociones de la gente por la cruenta guerra civil que vivía el Ecuador.
“El 10 de enero de 1912, en Quito, el diario oficial, “La Constitución”, decía: “Ayer lo decíamos y hoy reiteramos nuestra aseveración categórica: Es imposible la vuelta del alfarismo en el Ecuador. Y si él viene, será para que el pueblo de Quito haga con esa gente lo que el pueblo de Lima hizo con los Gutiérrez (asesinados, arrastrados y colgados de faroles, en Lima, en 1872)”, dice una parte del libro de Pareja Diezcanseco.
La muerte
El destino se apiadó del general. No supo lo que pasó con su cuerpo después. Murió con un disparo en la cabeza, solo, en la celda del panóptico de Quito. Prostitutas, ladrones e incluso clérigos lo despojaron de sus ropas y lo arrojaron al patio del penal. Misma suerte
corrieron los generales Flavio Alfaro y Ulpiano Páez. A Luciano Coral, que también era periodista, le cortaron la lengua de un tajo con una bayoneta.
Amarrados de pies o manos, los cuerpos de los liberales eran arrastrados por las calles de Quito. “Al Ejido”, gritó la multitud ¿Cuántas veces no hemos caminado por las mismas calles que separan al penal de ese tradicional parque? ¿Cuántas veces hemos pisado el centro del parque donde se arrancaron los pedazos de los prisioneros como trofeos que la turba caníbal se disputaba?
“En el dilatado parque se partieron los despojos. Gritos y saltos, una pierna jugaba de mano en mano, testículos arrancados pasaban por sobre las cabezas. Y un bárbaro de ojos rojos pidió que le mirasen la prueba: levantó con ambas manos un cráneo hueco, colmado de chicha, y se puso a brindar y a beber”, narra Alfredo Pareja.
Así el cuerpo de Eloy Alfaro fue vejado y quemado, mas no su espíritu que continuó la senda de la historia y que ha inspirado a varios ilustres ecuatorianos. Alfaro nos legó un Estado laico, propicio para sembrar la semilla de los derechos humanos. Nos dejó la capacidad de lucha, de reivindicación, de sacrificio y lealtad. La pluma de una prensa conspirada con poder elitista solo se llevó el cuerpo y nos entrego su alma ya centenaria que nos inspira a diario.